Recientemente, se ha ordenado un laico en el diaconado permanente, conferido de manos de nuestro arzobispo Mons. José María Gil Tamayo en la Catedral. Para conocer mejor este Sacramento del Orden en su tercer grado, entrevistamos al director para la formación del diaconado permanente y Delegado episcopal del clero, D. Antonio Jesús Pérez Martínez.
- ¿Qué es el diaconado permanente?
El diaconado permanente es diferente al que nosotros comúnmente estamos acostumbrados. Nosotros siempre estamos acostumbrados a verlo en chavales que se van a ordenar sacerdotes y lo reciben como el primer paso dentro del Sacramento del Orden, que sería el tercer grado, previo al Sacramento, a la recepción del segundo grado, que es el presbiterado.
Sin embargo, el Sacramento del diaconado permanente es diferente en tanto en cuanto tiene una identidad propia y una vocación propia en él mismo. No se trata de un Sacramento que se recibe en vista a recibir el presbiterado, sino que tiene una entidad propia. Además, el Sacramento del diaconado permanente lo pueden recibir personas que están casadas también o solteras. Pero la novedad, quizás, que más nos llama la atención, es que una persona casada pueda recibir el tercer grado del Sacramento del Orden, en este caso, el diaconado.
Decía que tiene una entidad propia, porque el diaconado es conferido por la efusión del Espíritu Santo, que marca el sello de este Sacramento en el corazón de la persona que lo recibe. Sin embargo, hay una diferencia con respecto al Sacramento del Orden en su grado del presbiterado. Porque el Sacramento del diaconado se recibe, según lo dice la Constitución Dogmática de la Iglesia, no orientado para la celebración de la Eucaristía, sino para el servicio. Es decir, nosotros podríamos afirmar que el Sacramento del Orden, en este caso, en cualquiera de sus modalidades, el permanente o el transitorio de cara a la ordenación presbiteral, es representación sacramental de Cristo Siervo. Es decir, es un signo en medio de la comunidad eclesial que anima a las comunidades cristianas a vivir el servicio, a vivir la diaconía, que es parte esencial de la misión de la Iglesia.
Entonces, en ese sentido, lo pueden recibir tanto personas candidatos al futuro sacerdocio, como personas que, en medio de la comunidad cristiana, son representación sacramental del amor de Cristo Siervo, que se desvive, que da la vida por su comunidad, por los siervos, por el mundo. En este sentido, también lo pueden recibir las personas que sienten esta vocación específica a ser Sacramento, en medio de la comunidad cristiana, de Cristo Siervo. Y, en ese sentido, pueden ser personas que están casadas o personas que están solteras.
- ¿Qué implica el diaconado permanente?
El diaconado permanente, aun si se recibe estando uno soltero, implica la ley del celibato. Es decir, que, si una persona se ordena de diácono permanente y no está casada, viviría el celibato, igual que lo viven los sacerdotes que reciben el Sacramento del Orden en segundo grado.
“El diaconado es conferido por la efusión del Espíritu Santo, que marca el sello de este Sacramento en el corazón de la persona que lo recibe”
- ¿Y qué formación hay para ser diácono permanente?
La formación es una formación específica, propia, igual o parecida, a la que tienen que tener los demás ministros sagrados de la Iglesia. Claro, adecuada a su propio estado de vida. Es decir, todo esto emana de los documentos de la Iglesia. Primero, fue el documento que, en el año 98, publicó la Santa Sede, en concreto la Congregación para la Educación Católica, en conjunto con la Congregación para el Clero, donde establece una norma y un directorio básico para el diácono permanente.
Después, la Conferencia Episcopal, años más tarde, publicó unas normas básicas para la formación de los diáconos permanentes. Y después, eso se ha quedado concretado en el reglamento diocesano, que cada diócesis tiene que ir concretando según sus circunstancias particulares. En la formación del diácono permanente, se engloban todas las dimensiones de la formación propia de los ministros de la Iglesia.
La formación humana, la formación espiritual, la formación teológica, también la formación pastoral… Es decir, se trata de formar a la persona de forma integral en este nuevo servicio que va a realizar de cara a la comunidad cristiana. Por ejemplo, en la dimensión humana, se trata de educar para adquirir y perfeccionar una serie de cualidades humanas que puedan permitirle vivir esa actitud de servicio tan necesaria en la misión de la vida de la Iglesia. En la vida espiritual, se trata precisamente de generar una espiritualidad de la vivencia del amor de Cristo siervo.
En ese sentido, como centro de ese servicio, está la espiritualidad eucarística, fuente y cumbre de la vida cristiana, donde aprende uno el servicio de la entrega de la propia vida. En la dimensión teológica, fundamentalmente se trata de estudiar en profundidad, para que haya una espiritualidad sólida y se puedan asumir con garantía los compromisos que se derivan del ministerio del diaconado, los contenidos fundamentales de la fe. Nosotros, en el reglamento diocesano, se pide a los candidatos del diaconado permanente que, al menos, cursen la titulación de Ciencias Religiosas.
Y luego, en la dimensión pastoral, ir viendo o formar cómo el candidato se va cada vez conformando más con esa entrega del servicio de la caridad, en concreto en la comunión diocesana y la comunión particular de cada parroquia o cada comunidad eclesial a la que se va perteneciendo y va siendo enviado el futuro diácono.
- Y, de manera práctica, ¿qué hace un diácono permanente?
Uno de los riesgos o peligros que nosotros podemos tener cuando hablamos del ministerio del diaconado permanente, incluso también del mismo ministerio en general, del ministerio ordenado, es reducirlo a su función sacerdotal, a lo cultual. Y, sin embargo, es una de las funciones que realiza, pero no es la única. Es decir, antes decía yo que el diácono permanente es sacramento de Cristo siervo, le recuerda a la comunidad cristiana, en su vida, en su expresión, en lo que él hace, le recuerda que su vocación es el amor, es el servicio, es la entrega a los más necesitados, a los pobres, es la entrega del amor de Cristo siervo. Ese es el estilo de la vida de la Iglesia.
Y eso el diácono permanente lo hace en las tres funciones propias de que recibimos todo el Pueblo santo de Dios en el bautismo, sacerdote, rey y profeta, que después se viven de forma específica cada uno, según su estado y condición de vida cristiana. En este caso, el diácono permanente hace un servicio al altar y en los sacramentos: puede bautizar, puede ser testigo o cualificado de la Iglesia para el Sacramento del matrimonio, también está al servicio de la proclamación de la Palabra y de ese carácter profético de la Iglesia, que da la vida por los más pobres. Está al servicio especialmente de la caridad. Su vida está vinculada especialmente a los más necesitados, es decir, tiene que plantar en el corazón de la comunidad cristiana esa llamada de Cristo al servicio, a la entrega generosa.
Paqui Pallarés
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