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La Basílica de San Juan de Ávila será templo jubilar seis meses

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La Penitenciaría Apostólica ha concedido un semestre jubilar en Montilla, del 6 de enero al 21 de mayo de 2026

 

 

 

La Basílica de San Juan de Ávila de Montilla volverá a ser templo jubilar para celebrar el 500 aniversario de la ordenación sacerdotal del Doctor de la Iglesia cuyas reliquias se veneran en Montilla. La Penitenciaría Apostólica ha concedido un semestre jubilar que comenzará el día 6 de enero y culminará el 31 de mayo de 2026, en el que los peregrinos que acudan al lugar en el que se custodian los restos del Maestro de Santos podrán recibir la indulgencia plenaria. Así se manififiesta en un decreto del Obispo de Córdoba en el que hace mención al protocolo de la Pentenciaría Apostólica (Rel. Prot.nº 1054-55/25/l) y recoge las condiciones para  lucrarse en este tiempo de gracia.

De esta manera, la localidad volverá a ser un centro de peregrinación importante, tal y como fue en el año 2019 o tras el trienio jubilar que rememoró, entre 2012 y 2015, su consagración como Doctor de la Iglesia Universal.

Asimismo, para honrar al “Apóstol de Andalucía” está previsto que este semestre jubilar traiga consigo un recorrido de las reliquias por los seminarios españoles y la celebración del día de San Juan de Ávila, que se conmemorará este año el 7 de mayo, con la presencia de una personalidad eclesiástica y nueve obispos en Montilla durante la novena.

Nuevamente, la Iglesia de Córdoba resalta la huella indeleble de San Juan de Ávila en Montilla, un santo nacido el  6 de enero de 1500 en el municipio ciudadrealeño de Almodóvar del Campo, el Maestro Ávila fue fundador de centros de Teología y Humanidades en Baeza, Granada y Córdoba, así como de varios colegios en Jerez, Priego, Montilla, Úbeda, Sevilla, Alcalá de Guadaira, Palma del Río y Écija.

Su vinculación con la Ciudad del Vino arrancó a mediados del siglo XVI, cuando acudió a la llamada de la segunda marquesa de Priego, Catalina Fernández de Córdoba, interesada en que atendiera espiritualmente a sus hijos.

Una década antes, en 1535, había recalado en la Diócesis de Córdoba tras haber cursado estudios de Leyes en Salamanca y de Teología en la Universidad de Alcalá de Henares.

 

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La parroquia de Cuevas del Campo termina el año estrenado tejado

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La parroquia de Cuevas del Campo termina el año estrenado tejado

La Navidad ha traído para la parroquia de Cuevas del Campo el regalo de un nuevo tejado. Después de mucho tiempo necesitando una reforma de las cubiertas del templo parroquial, por fin, a mediados de diciembre quedó terminada e inaugurada la reforma que se ha hecho en todas las cubiertas, con lo que las goteras ya han dejado de ser un problema. La inauguración tuvo lugar el 16 de diciembre.

La reforma ha contado con una ayuda de la Diputación de Granada, que ha aportado 35.000€, a la que se ha sumado la ayuda del obispado de Guadix, que asciende a 13.385€. Así, en total, se han invertido 48.385€, que han servido para hacer una reparación integral de las cubiertas del templo parroquial. A esto hay que añadir 10.600€ que ha puesto la parroquia para pintar todo el templo.

A la inauguración asistieron el presidente de la Diputación de Granada, Francisco Rodríguez, la alcaldesa de Cuevas del Campo, Carmen Martínez, y el ecónimo de la diócesis, Luis Alfonso Garrido. Todos fueron recibidos por el párroco de Cuevas del campo, José Fernando Titos, que agradeció la colaboración de las instituciones ya que han permitido restaurar el templo y salvar este espacio que es casa común para la parroquia.

Antonio Gómez

Delegado diocesano de MCS. Guadix

Cuevas del campo tejado2

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Feliz año de gracia 2026

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Comenzamos el año en Iglesia en Córdoba recordando los acontecimientos más destacados del segundo semestre del 2025 en la Diócesis. El equipo de la Delegación de Medios de Comunicación os deseamos un Feliz año de gracia 2026

El próximo día 6 de enero de 2026 el Papa León clausurará el «Jubileo de la Esperanza», pero con la certeza de que, en palabras del Santo Padre, «la esperanza que este año nos ha dado no termina: ¡seguimos siendo peregrinos de esperanza!». Además ofrecemos la actualidad diocesana y la historia gráfica de la diócesis de Córdoba del segundo semestre del año.

Puede consultar la revista completa a través del siguiente enlace

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La web diocesana superó en 2025 el millón de visitas

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La revista diocesana “Iglesia en Córdoba” en su versión online cierra diciembre con más de 15.000 visitas y alcanza las 195.924 anuales

Al finalizar el año, el recuento de visitas a la web diocesana  www.diocesisdecordoba.es supera el millón. En total, de enero de 2025  a 31 de diciembre de este año que termina, se han contabilizado 1.063.574 visitas con meses de especial tráfico de visitas como el mes de septiembre pasado, cuando registró 113.236 visitas de 64.707 visitantes únicos. En los meses de junio, julio y agosto se sitúan entre los contenidos más visitados, con registros superiores a las cien mil visitas seguidos de junio y octubre con más de ochenta mil.

Asimismo, la revista diocesana “Iglesia en Córdoba” en su versión online https://revista.diocesisdecordoba.es/ sumó en 2025 un total de 195.924 visitas en total con un registro máximo de 20.354 en el mes de marzo. Este formato digital de la revista diocesana, que  ha alcanzado su edición 956 edición en diciembre de 2025, coexiste con una publicación mensual en papel.

 

 

 

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Reunión en Córdoba del grupo «Dos Orillas»

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El grupo jesuita de expertos en islamología y diálogo islamocristiano mantienen un encuentro con el delegado de diálogo interreligioso, Antonio Navarro

La asociación «Dos orillas» está compuesta por un grupo de jesuitas expertos en islamología y que se dedican a la misión entre musulmanes y el diálogo islamocristiano. De origen europeo, residen tanto en España o Francia como en países de mayoría musulmana como Argelia, Turquía o Marruecos. Cada Navidad, el grupo mantiene un encuentro para compartir experiencias y unificar criterios de acción en ese campo donde ejercen su misión, el del diálogo interreligioso.

Este año la reunión ha tenido lugar en Córdoba, donde se han encontrado con Antonio Navarro, delegado diocesano para el ecumenismo y el diálogo interreligioso, para conversar con él acerca del tipo de presencia que el islam tiene en nuestro país, las acciones que se llevan a cabo en nuestra diócesis y los retos que afrontar.

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Campos del Río acoge el primer Cursillo de Cristiandad para mujeres en una cárcel española

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El pasado fin de semana se celebró en el Centro Penitenciario Murcia II de Campos del Río el primer Cursillo de Cristiandad para mujeres realizado en una cárcel de España, en el que participaron 13 internas.

Durante la experiencia, las participantes estuvieron acompañadas por el sacerdote Javier Conesa Carrillo, que dirigió el retiro; el consiliario del Movimiento de Cursillos de Cristiandad (MCC) de la Diócesis de Cartagena, Jesús Aguilar Mondéjar; el capellán del Centro Penitenciario Murcia II de Campos del Río, Antonio Sánchez Martínez; y un equipo de siete mujeres de la Escuela de MCC tanto de Murcia como de Yecla.

Jesús Aguilar da gracias a Dios por este cursillo, en el que las participantes pudieron recibir además el Sacramento de la Reconciliación: «Sus caras iban cambiando durante el cursillo; se sintieron amadas por el Señor y con ganas de empezar de nuevo».

La coordinadora del equipo organizador, Licia María Moreno, coincide en que la experiencia ha sido muy positiva: «Todas esas conversiones son un regalo del Señor; son personas que piensan que son excluidas de la sociedad y también de Dios, pero cuando sienten el abrazo del Señor, que nunca las ha dejado y que las va a amar siempre, es maravilloso».

Una vez terminado el cursillo, en coordinación con la capellanía del centro y con la Pastoral Penitenciaria, desde el MCC se proyecta seguir acompañando a estas mujeres a través de reuniones periódicas para seguir compartiendo y viviendo la fe en comunidad.

Se trata del quinto Cursillo de Cristiandad para personas privadas de libertad celebrado en la Diócesis de Cartagena, que comenzaron a realizarse para hombres en 2022, también por primera vez a nivel nacional.

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Lo niños de catequesis de Pedro Martínez llevan la Navidad a los mayores

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Lo niños de catequesis de Pedro Martínez llevan la Navidad a los mayores

Un año más, los más pequeños de las catequesis de Primera Comunión y Confirmación, de Pedro Martínez, acompañados por sus catequistas, padres, madres y familias —algunas de ellas vinculadas a la Pastoral Gitana de la parroquia— han salido al encuentro de los abuelos de la residencia y de los enfermos que, cada semana, reciben la Sagrada Comunión en sus casas, llevándoles al Niño Dios recién nacido. Fue el pasado 30 de diciembre, en una jornada muy navideña.

Lo han hecho, como en otras ocasiones, de una manera muy especial: representando un sencillo y entrañable Belén viviente, en el que no faltaban el Niño Dios del Nacimiento de la Parroquia, mientras los niños representaban a la Virgen María, San José, los pastores y el entrañable burro del pueblo, al que llaman Julián Muñoz. Acompañados de villancicos, sonrisas y gestos llenos de ternura, han llevado la alegría y la luz de la Navidad a quienes más la necesitan.

Ha sido un hermoso momento de encuentro, fe y cercanía, en el que los mayores han recibido no solo la visita del Niño Dios, sino también el cariño de una Iglesia viva que no se olvida de ellos y que, como el propio Dios en Navidad, sale al encuentro de los más frágiles.

Juan Diego Tapia

Párroco de Pedro Martínez

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Misa de Navidad en los centros penitenciarios de Málaga

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Mons. Satué

Los días 20 y 24 de diciembre D. José Antonio Satué celebró la Misa de Navidad en los Centros Penitenciarios de Alhaurín de la Torre y Archidona. Estuvo acompañado por los capellanes, sacerdotes y voluntarios de Pastoral Penitenciaria, así como miembros de Hermandades y Cofradías de Málaga. Participaron más de 150 internos e internas entre las dos prisiones.

Como señala en su crónica el delegado de Pastoral Penitenciaria, Pedro Fernández Alejo, «D. José Antonio se estrenó con buen pie al ser la primera vez que se hacía presente en un acontecimiento tan importante para la vida de los privados de libertad como lo fue el celebrar la Navidad. Se sintió a gusto con ellos y les invitó a buscar la Luz de Cristo que viene a cada uno de ellos y a abrir los brazos para acoger al Mesías que llega como libertador; del mismo modo, a abrir los brazos para acoger a los compañeros, familiares y amigos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos».

El Obispo de Málaga y miembros de Pastoral Penitenciaria en la prisión de Archidona
El Obispo de Málaga y miembros de Pastoral Penitenciaria en la prisión de Archidona

Para el trinitario, «la Navidad en la cárcel se vive con mucha intensidad. Independientemente del origen, raza, lengua o credo, todos participan de ese halo envolvente misterioso y espiritual, al mismo tiempo. Aunque no se “celebre” la Navidad al modo “mundano” de la supuesta libertad en la calle, sí hay una gran diversidad de sentir estas fechas como una realidad profunda marcada por ausencias queridas, sentimientos muy íntimos y familiares, alegrías contenidas pero muy sentidas, dolorosos recuerdos de tiempos de paz y armonía, también sentimientos de culpabilidades y desafectos por actitudes de egoísmo, orgullo, soberbia y rupturas a causa de amores quebrados y no recuperados. La participación en la Misa de Navidad, denominada la “misa del pollo”, por celebrarse por la mañana, se vive con una intensidad profunda, casi de respiración contenida. Todos los participantes reflejan la profundidad y la emoción del gran misterio que celebramos, abriendo corazones y brazos para acoger al que viene a liberarnos de esclavitudes y pecados y a llenarnos de la vitalidad del Espíritu que hace renacer en cada uno de los asistentes la alegría del amor que el Padre nos ofrece a través del Niño Dios».

Bendición de la imagen de Santa María de la Victoria durante la Misa de Navidad en el Centro Penitenciario de Alhaurín de la Torre
Bendición de la imagen de Santa María de la Victoria durante la Misa de Navidad en el Centro Penitenciario de Alhaurín de la Torre

Uno de los momentos emotivos del encuentro que tuvo lugar en Alhaurín de la Torre fue la bendición de una imagen de la patrona de Málaga donada por la la Hermandad de la Virgen de la Victoria con motivo de sus ciento cincuenta años de existencia. A partir de ahora, afirma el capellán, «la comunidad cristiana de la prisión de Alhaurín contará con dos imágenes de la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Merced, Patrona de los presos y de Instituciones Penitenciarias, y Santa María de la Victoria, patrona de la Diócesis de Málaga. Y para que estos momentos de fe y alegría perduren en el tiempo, se les regaló a cada interno e interna un Evangelio 2026, una radiolina (obsequio de Radio María), así como rosarios y felicitaciones de Navidad escritas por niños para transmitirles ánimos y esperanza».

Misa de Navidad en el Centro Penitenciario de Alhaurín de la Torre
Misa de Navidad en el Centro Penitenciario de Alhaurín de la Torre

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Llamada a la esperanza, también al concluir el Año jubilar

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Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía de clausura del Año jubilar de la esperanza, día de los Santos Inocentes y Jornada mundial de las familias, celebrada en la Catedral el 28 de diciembre de 2025.

Queridos sacerdotes concelebrantes;
querido diácono;
queridos seminaristas;
queridos miembros de la vida consagrada presentes en esta celebración eucarística;
queridos hermanos y hermanas habituales en la misa dominical;
queridos delegados de Pastoral Familiar de nuestra diócesis de Granada;
querido matrimonio;
queridos hermanos y hermanas que estáis quizá de paso por Granada, disfrutando de sus monumentos, porque el tiempo no está acompañando y hace que vuestro esfuerzo hoy, por vuestra presencia en la catedral, que no es precisamente algo cálido, esté haciéndolo difícil:

Pero me alegra mucho que estéis en este clima navideño, en esta ceremonia que reúne como tres elementos fundamentales. Por una parte, concluimos el Jubileo 2025, el santo año del 2025 aniversario del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Este año jubilar que el Papa Francisco abrió con el lema “Peregrinos de Esperanza”. Este año jubilar en que hemos tenido tan presente esa virtud cristiana de la esperanza y nos lo cierra el próximo día 6, el Papa León XIV.

Hemos tenido encuentros diocesanos con el Papa. Primero, tuvimos un encuentro. Un grupo de una cooperativa de Granada, el día 19 de enero, con el Papa Francisco. Él que nos animaba a mirar a la Virgen de las Angustias expresamente y a que Ella fuera el ejemplo de darnos a los demás con la disponibilidad con que ella da y muestra a Cristo. Después, hemos tenido una peregrinación diocesana y, a lo largo del año, han ido viniendo parroquias a nuestro templo catedralicio y a otros templos diocesanos para mostrar, pasando la Puerta Santa y con un sentido penitencial y, al mismo tiempo, de renovación cristiana, nuestra pertenencia al Pueblo de Dios. El Pueblo que quiere caminar, que quiere ir junto y ese sentido también de la sinodalidad que nos ha animado con el plan pastoral. Todo ello junto a este Año en que el año jubilar de júbilo y de perdón ha ido compasando nuestro caminar de cristiano. Le doy las gracias al delegado diocesano, a don José Carlos, por su trabajo y a quienes le han acompañado.

El Año jubilar no es una conmemoración sin más. Es cada 50 años y con fuerte raigambre bíblica en los jubileos del Pueblo de Israel, en el retorno al comienzo, en la mirada a los inicios para recobrar fuerzas y vivir con ese espíritu de generosidad en el seguimiento del Señor.

El Año jubilar nos ha llevado a mirar de una manera especial en nuestro mundo, que si lo miramos solo con una mirada humana nos puede producir desánimo, nos puede producir esa tristeza de enfrentamientos, esa tristeza de las guerras, de los sufrimientos, de las brechas entre ricos y pobres, cada vez más profundas y más separadas; en nuestro mundo con guerras y conflictos abiertos, mientras se negocia teóricamente de paz; donde se destinan grandes cantidades inusitadas de dinero, armamento y se prepara para esa guerra que el Papa Francisco denunciaba como tercera guerra mundial hecha de pequeñas guerras en el mundo, pero que ya no son tan pequeñas en los escenarios de Ucrania, en los escenarios de Oriente Medio, con el pueblo de Gaza, con los atentados antes en Israel.

Queridos hermanos, la esperanza también tan necesaria en nuestra nación, donde se vive esa confrontación política a la que no podemos acostumbrarnos, donde el Parlamento, como la palabra indica, es un lugar de diálogo, de consenso, de conjuntar las fuerzas que legítimamente han sido elegidas por los ciudadanos para buscar el bien común, no sólo el interés de cada partido a arrancar lo que puede para su propio beneficio, sino un lugar donde se busque el bien común de todos, que es mucho más que el interés general. Y vemos ese clima de crispación que se traslada a la vida social, a la vida pública, donde a los demás y a los que piensan distinto ya no se les ve como contrincantes en la libre disposición de una confluencia de voluntades en el ordenamiento político y social de un país para la mejora de éste, sino se va a hacer caer al otro.

Queridos hermanos, todo eso no vivimos en las nubes. Yo no me estoy metiendo en política. Lo que sí estoy reclamando, como pastor de la Iglesia, y en este año que va a concluir ya, y con miras al año que viene, es una caridad social y política, es una cultura de la amabilidad política, del diálogo social. Y, queridos amigos, cuando esto no se vive, se traslada a los ciudadanos la sospecha, se traslada al recelo del otro, se traslada al rechazo, y especialmente de los más necesitados, de los más pobres, de quienes llaman a las puertas de nuestro país, cuando esto ocurre en un clima en que los jóvenes ven y hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, donde el derecho a la vivienda se ha vuelto inaccesible, donde los más jóvenes no pueden formar un hogar (aquello del “casado, casa quiere”), como un derecho fundamental de la persona, y donde la casa de los padres se convierte, como siempre, la familia en el colchón que amortigua las crisis sociales y políticas, en el sentido que es el santuario no sólo de la vida, y debe serlo, sino también de preservar el bienestar y los derechos de las personas. Pero, claro, en este día en que se celebra también la Sagrada Familia, en que le hemos pedido al Señor, que propuso a la Sagrada Familia como admirable ejemplo para su pueblo, nos conceda imitarla en las virtudes domésticas y en su unión en el amor, a fin de que nosotros participemos un día del hogar del cielo, de los bienes eternos.

Esa es la oración y la intención de hoy. Pero vemos que la familia está afectada también en este clima social que vivimos. El casado, pues ya por lo pronto no casados. Entonces, incluso en familias cristianas, el matrimonio prácticamente ha quedado reducido al mínimo, y todo se hace en un experimento a ver qué sale, porque ya no se cree en un para siempre, porque ya no se cree en la fidelidad del otro, porque se va a aprobar todo y nos defendemos en un individualismo cerrado, aunque se viva junto o arrejuntado, como se decía antes.

Entonces, queridos amigos, este es el ambiente, por desgracia. Claro, que hay buenas familias. Claro, que hay familias cristianas. Y miramos a nuestros padres y miramos a los abuelos, que esa es otra. Hemos escuchado el texto del Antiguo Testamento, del libro del Eclesiástico, donde se nos hace una invitación al pueblo de Israel, también a nosotros, al cuidado dentro de la familia, a la obediencia y la unidad en la familia, en la familia constituida por la unión de un hombre y una mujer, abierta a la vida y para siempre. Esa es la familia humana. Esa es la familia que se basa en la ley natural o en lo que el Papa Benedicto XVI llamaba “la gramática de la naturaleza”. Esa es la familia donde el ser humano es querido, como decía san Juan Pablo II, por lo que es y no por lo que tiene. Es una familia que responde al orden natural y al orden querido por Dios, no al subjetivismo de cada uno en la conformación de su propio cuerpo.

Queridos hermanos y hermanas, esto pueden parecer cosas teóricas o que ocurren en sitios extraños, pero esto está en la médula, por desgracia, de nuestra sociedad en la que vivimos y en la que se contempla y se contemporiza sin más. Tenemos que respetar a todos. Tenemos que ser exquisitamente delicados en el respeto a las conciencias de los demás, pero sin renunciar a manifestar nuestras convicciones y la doctrina de la Iglesia. Y hay cosas que no son compatibles con el ser cristiano. Y no puede usarse el amor fraterno o el amor misericordioso de Dios para contemporizar o justificar lo injustificable. Comprensión con las personas, siempre y en todo lugar. Intransigencia con lo que no es de Dios y no va en favor del hombre.

Y ahí, también en este día confluye, al ser la fiesta de los Santos Inocentes, una mirada hacia tantos inocentes que son arrebatados de la vida en el vientre de su madre. Algo que tiene detrás ciertamente un drama, una tragedia en la muerte de un niño, de un ser concebido y no nacido, una persona humana desde el momento de su concepción. Defendemos la vida y la vida de todos y toda vida humana. Defendemos la abolición de la pena de muerte. Defendemos todo esto. No podemos coger en el comportamiento moral y cívico lo que nos conviene o según vengan las modas, y lo que ayer era blanco ahora negro, o lo que ayer era negro hoy es blanco, porque eso es lo que se lleva, inducido por ideologías.

Queridos hermanos, ya mostramos de la historia, donde hemos visto el sufrimiento de los seres humanos, cuando se ha alejado del plan de Dios o se ha alejado de la realidad de la naturaleza humana, del sentir de la ley natural.

Hemos pedido al Señor imitar a la Sagrada Familia en las virtudes domésticas y en su unión en el amor. Esa unión en el amor, si en la familia es fuerte, lo será fuerte en la ciudad, lo será fuerte en la sociedad, lo será fuerte en nuestro país, lo será fuerte en nuestro mundo. Si se respeta al otro en la vida familiar, si hay una fidelidad que se consagra a pesar de las dificultades, si hay una ayuda y se quiere al otro por lo que es y no por lo que tiene, se crea y se favorece unas personas que viven el respeto a Dios y los fundamentos básicos del comportamiento moral. Cuando eso no existe, cuando todo está en función de modas impuestas, inducidas, entonces, hemos perdido la batalla del ser humano.

Y también quiero destacar y nos invita hoy la Palabra de Dios con toda esa serie de consejos que nos da el apóstol Pablo en la Carta a los Colosenses, donde desmenuza el amor familiar; es más, desmenuza el amor de la comunidad cristiana, por encima de todo el amor que es el ceñidor de la unidad consumada. Ese amor desmenuzado en la comprensión, en la preocupación por el otro, en el cuidado. Ese amor desmenuzado en el respeto. Ese amor que se viva en la familia. Y los primeros cristianos no vivían en las nubes, vivían en un ambiente paganizado como el nuestro y en un ambiente de persecución, por serlo.

El cuidado de los ancianos, de los mayores. Esta es otra de las lacras de nuestra sociedad y que falta. No hay plaza en las residencias de ancianos. Las viviendas carísimas, inaccesibles, pero donde no caben los ancianos. Se ha roto el vínculo de la memoria, de facilitar a los nietos la convivencia con los mayores. Vivimos una sociedad en unos cambios profundos, queridos amigos, donde la familia los está sufriendo de manera especial. ¿Cómo tenemos que responder? ¿Viendo esto sólo negativo? No. Con el testimonio de la vida cristiana, de las familias cristianas, con la apertura y la generosidad de la vida, con la defensa de los más necesitados y de los más pobres, con el cuidado de los mayores, con el respeto a la vida siempre, a la vida de todos y toda la vida. No somos los dueños de la vida de nadie.

Queridos hermanos, en este Año jubilar con una llamada a la esperanza, es esta la que debe movernos para responder a unas situaciones difíciles, como lo han hecho los cristianos a lo largo de la historia, con generosidad, con valentía, con la fuerza del espíritu. Mirándonos en el ejemplo maravilloso de la Sagrada Familia. Vemos cómo José y María y Jesús están en medio de dificultades, de la persecución, de la odies. Vemos cómo obedecen al Señor, pero saben ser inteligentes y saben discernir y actuar en consecuencia ante lo que Dios les pide. Vivamos así, queridos hermanos, y veréis cómo fortaleciendo nuestras familias, nos fortalecemos a nosotros mismos y fortalecemos a la sociedad.

Lo que le decíamos al Señor, que ha propuesto a la Sagrada Familia como ejemplo maravilloso para el pueblo cristiano. Concédenos imitarla en las virtudes domésticas, que son esas virtudes de andar por casa, esas virtudes que hacen que en la familia no haya sólo caridad, haya cariño.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

28 de diciembre de 2025
S.A.I Catedral de Granada

Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia y clausura del Año Jubilar

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HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA Y

CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR EN LA SANTA IGLESIA

CATEDRAL DE JAÉN 2025

Lecturas: Eclo 3, 2-6. 12-14;  Col 3, 12-21; Mt 2, 13-15. 19-23

 

Celebramos en este domingo de Navidad una fiesta muy entrañable: la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José. Y lo hacemos, además, en un día muy significativo para nuestra Iglesia diocesana, porque en esta Catedral de Jaén, Templo Jubilar, clausuramos el Año Jubilar de la esperanza que hemos vivido como tiempo de gracia, de conversión y de esperanza.

Venimos a dar gracias por lo recibido. Venimos también a pedir luz para el camino que continúa, la peregrinación de nuestra vida. Y venimos, sobre todo, a poner en manos del Señor lo más valioso y lo más frágil que tenemos: nuestras familias.

La primera lectura, del libro del Eclesiástico, nos lleva a lo concreto: honrar a los padres, cuidarlos, acompañarlos, no dejarlos solos en la vejez. La fe se juega también en esos gestos sencillos: respeto, paciencia, ternura.

Esta Jornada de la Familia, con el lema “Matrimonio, vocación de santidad” está plenamente justificada: hoy necesitamos la familia más que nunca, enraizada en la vocación matrimonial, llamada de Dios, voluntad de Dios que genera “un hogar”. En un mundo duro, con soledades y cansancios, todos necesitamos un lugar de aceptación y afecto. Y, al mismo tiempo, sabemos que la familia sufre: dificultades de identidad – cuando se presenta la fidelidad, el sacrificio, la renuncia y la entrega total como una carga – y dificultades muy reales: trabajo, vivienda, economía, conciliación, educación de los hijos… Por eso, hoy reafirmamos con serenidad que la familia es un bien insustituible, y cuidarla es servir al bien común, es cuidar y proteger a nuestra sociedad, a nuestra humanidad.

San Pablo, en su carta a los Colosenses, nos da el “estilo” de una familia cristiana donde hay: compasión, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia; perseverancia y perdón; y, donde por encima de todo, está el amor.

Para que una familia camine hacen falta muchas cosas, sí, pero sobre todo dos claves: un descubrimiento y una actitud. El descubrimiento de la grandeza de la persona: que somos hijos de Dios, con un valor infinito. Donde mirar así cambia el trato, abre al respeto y facilita el perdón. Y la actitud ante el amor: pues el amor verdadero en la pareja es presencia, manifestación del amor de Cristo, un amor que es entrega, generosidad, oblativo y que se renueva cada día y se alegra de hacer felices a los demás. Es un amor que llama a la santidad y hace santidad.

El Evangelio de Mateo nos muestra a José en la huida a Egipto: de noche, sin ruido, con prontitud. José custodia a María y al Niño. Se fía de Dios y protege la vida. La Sagrada Familia conoció la fragilidad, la incertidumbre, el camino difícil. Por eso está cerca de tantas familias que hoy pasan pruebas. Y José nos enseña algo precioso: amar es estar, sostener, proteger.

Y recordemos lo esencial: como en Caná, Jesús tiene que estar presente en nuestras casas para transformar nuestros amores pobres en un amor más fiel y generoso. Y con Él, María, Madre que acompaña y enseña a creer y a perseverar.

Queridos hermanos, hoy no solo contemplamos a la Sagrada Familia, hoy, en esta Catedral, cerramos un Año Jubilar. Y lo cerramos preguntándonos, con sencillez y con verdad, qué quiere el Señor de nosotros después de todo lo vivido.

Damos gracias por este tiempo de gracia en el que Dios nos ha devuelto a lo esencial: la esperanza no es un optimismo ingenuo; la esperanza es Cristo. Él ha sido el centro de este Jubileo: su misericordia, su palabra, su perdón, su Eucaristía.

Pero al concluirlo nace una pregunta muy concreta para nuestra Iglesia de Jaén: ¿a qué nos lleva todo lo que hemos vivido como “Peregrinos de esperanza”?

No sería cristiano quedarnos solo en el recuerdo de actos y celebraciones. El Jubileo ha sido un don, y todo don se convierte en misión. Por eso, yo diría que lo vivido nos conduce, al menos, a cuatro caminos muy claros:

  1. a) A volver a lo esencial: a poner a Jesucristo en el centro.

El Jubileo nos ha purificado de lo accesorio y nos ha recordado lo primero: Cristo. Él es nuestra esperanza. Él sostiene la Iglesia. Él nos espera siempre. De aquí nace una llamada para nuestra diócesis: cuidar con más amor la Eucaristía dominical, la escucha de la Palabra, la adoración, la vida sacramental. Si Cristo no es el centro, todo se desordena; si Cristo es el centro, todo encuentra su sitio.

  1. b) A una Iglesia reconciliada y misericordiosa.

En este año hemos experimentado – de muchas maneras – que Dios abre puertas: la puerta del perdón, la puerta de la paz, la puerta de la comunión. Por eso, el Jubileo nos empuja a ser una diócesis donde se respire reconciliación: en las familias, en las parroquias, en las comunidades, también entre nosotros, siendo fermento de comunión en nuestra sociedad. Que no nos acostumbremos a vivir con heridas abiertas o con distancias. Lo que hoy vivimos en nuestra sociedad no es nuestro hábitat natural. La esperanza se nota cuando una Iglesia sabe perdonar y volver a empezar, generando un ambiente de fraternidad.

  1. c) A una Iglesia en salida: esperanza para los que más sufren

Ser “peregrinos” significa moverse. Y la esperanza, si es verdadera, nos pone en camino hacia los demás, especialmente hacia quienes cargan con más peso: los pobres, los enfermos, los mayores que están solos, los que viven la precariedad, los que están lejos de la fe, los que se sienten descartados. El Jubileo no puede quedarse en la Catedral: tiene que salir de la Catedral. Se traduce en caridad concreta, en cercanía, en compromiso.

  1. d) A fortalecer la fe en lo cotidiano

El Jubileo nos enseña a vivir la fe no como algo añadido, sino como alma de la vida. Y eso se juega en lo ordinario: en el trabajo, en las relaciones, en la educación, en la familia, en las pequeñas decisiones de cada día. Por eso, clausurar el Jubileo significa volver a Nazaret, como la Sagrada Familia: santificar lo cotidiano. Llevar la esperanza a nuestras parroquias, colegios, cofradías, movimientos, asociaciones, a nuestros pueblos y barrios.

Así entendemos lo esencial: clausurar el Jubileo no es cerrar la gracia. Lo que termina es un tiempo señalado; lo que permanece es la llamada a vivir lo celebrado. Como Iglesia de Jaén, después de este año, el Señor nos dice: “No os quedéis parados. Seguid caminando. Sed peregrinos de esperanza: con Cristo en el centro, con misericordia en el corazón, con caridad en las manos y con fe encarnada en la vida.”

Y así, al cerrar hoy este Año Jubilar en nuestra Diócesis, el Señor nos envía a llevar lo vivido a nuestras casas y a nuestras calles, para que se note que la esperanza no defrauda (cf. Rom 5,5).

Esta Catedral es casa de todos. Es signo visible de nuestra comunión. Aquí venimos como somos: con nuestras alegrías y nuestras heridas. Y hoy, como familia diocesana, pedimos una gracia: que nuestra diócesis tenga alma de hogar, que nadie se sienta solo, que haya acogida, consuelo, luz.

Y pedimos también que cada hogar sea una “iglesia doméstica”. Para llegar a ser ella misma, la familia necesita desarrollarse en todos los aspectos de la vida humana; no basta el solo afecto, ni los intereses comunes. Es precioso que los esposos compartan también su vida espiritual: la oración, la participación en la Eucaristía, el servicio a los demás, la caridad concreta.

Por eso, en una familia cristiana es bueno que haya signos de fe a la vista, momentos de oración común, tiempos para hablar de lo que Dios nos pide, gestos compartidos de solidaridad. Y así la fe se transmite no como rutina, sino como vida. Los hijos no aprenden solo por lo que se les dice, sino por lo que ven: una fe operante, una fe que se traduce en obras, una fe que perdona y sostiene.

Y también hoy renovamos un compromiso eclesial: acompañar a los jóvenes en la preparación al matrimonio, sostener a los matrimonios en sus dificultades, ayudar a las familias a educar en la fe, cuidar a los mayores, estar cerca de quienes viven situaciones de fragilidad o soledad. La Iglesia quiere ser madre: una casa donde se aprende a amar.

Hermanos, al concluir esta Eucaristía y clausurar el Año Jubilar, no nos llevamos solo un recuerdo: nos llevamos una llamada. Hemos peregrinado, hemos celebrado, hemos pedido perdón, hemos dado gracias… y ahora el Señor nos dice: “Volved a casa conmigo”.

Y hoy, en esta clausura, es de justicia DAR GRACIAS. Gracias: al equipo de la Comisión diocesana para el Año Jubilar, presidida por el Comisario, el Vicario Episcopal D. Bartolomé López, por el trabajo constante, discreto y generoso; a la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, “el Abuelo”, por acoger y sostener a tantos peregrinos que han iniciado desde el Santuario diocesano “el Camarín de Jesús” la peregrinación hacia la Catedral; a los voluntarios, que han sido el rostro visible de la caridad organizada: acogiendo, orientando, sirviendo, solucionando; y aquí hago mención especial a la presencia de Cáritas Diocesana, que han mantenido vivo el signo de caridad de este Jubileo; a los coros de nuestra Diócesis, que han elevado la oración del pueblo y han embellecido nuestras celebraciones; a parroquias, comunidades religiosas, movimientos, cofradías, hermandades, delegaciones, y a tantos fieles sencillos que han puesto su granito de arena. Así como de manera especial, agradecemos a la Catedral y a su Cabildo, así como la ayuda y disponibilidad del Ayuntamiento de Jaén y de los distintos organismos y fuerzas de seguridad de nuestra ciudad y de nuestra Provincia, que gracias a ellos ha sido posible realizar y vivir las peregrinaciones y determinadas celebraciones: ¡Gracias!

Y gracias, sobre todo, al Señor, que nos ha sostenido en este camino y nos ha regalado su gracia.

Encomendemos a Jesús, María y José a todas nuestras familias. Que nos enseñen a vivir unidos, a sostenernos en las pruebas y a cuidar lo esencial. Y que, al salir de esta Catedral, cada uno pueda ser en su casa y en su entorno una pequeña luz que diga, sin palabras, una gran verdad: Dios está con nosotros. Y por eso, siempre hay esperanza.

 

+ Sebastián Chico Martínez Obispo de Jaén

 

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