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Palabra de Dios: evangelio y lecturas de hoy, Viernes Santo

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Lee la Palabra de Dios que la liturgia nos ofrece hoy.

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 52, 13 — 53, 12

MIRAD, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.

Como muchos se espantaron de él
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y comprender algo inaudito.

¿Quién creyó nuestro anuncio?;
¿a quién se reveló el brazo del Señor?

Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.

Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultaban los rostros,
despreciado y desestimado.

Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.

Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.

Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.

Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca:
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿quién se preocupará de su estirpe?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.

Le dieron sepultura con los malvados
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación:
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.

Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.

Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.

Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.

Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomó el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.

Salmo

Salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25 R/. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

A ti , Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R/.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil. R/.

Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón,
los que esperáis en el Señor. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9

Hermanos:

Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.

Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

Evangelio del día

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 — 19, 42

Cronista:
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?».

C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy».

C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?».

C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».

C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».

C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».

Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».

C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».

Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».

C. Él dijo:
S. «No lo soy».

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».

C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».

C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy».

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».

C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».

C. Le contestaron:
S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».

C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».

C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.

Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».

C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

C. Pilato le dijo:
S. «Entonces, ¿tú eres rey?».

C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?».

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

C. Volvieron a gritar:
S. «A ese no, a Barrabás».

C. El tal Barrabás era un bandido.

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «Salve, rey de los judíos!».

C. Y le daban bofetadas.

Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. «He aquí al hombre».

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «Crucifícalo, crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».

C. Los judíos le contestaron:
S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?».

C. Pero Jesús no le dio respuesta.

Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».

C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.

Y dijo Pilato a los judíos:
S. «He aquí a vuestro rey».

C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».

C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».

C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César».

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, e! Nazareno, el rey de los judíos».

Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».

C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está».

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».

C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.

C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo».

C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre».

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
+ «Tengo sed».

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ «Está cumplido».

C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

[Todos se arrodillan, y se hace una pausa.]

C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:
«No le quebrarán un hueso»;
y en otro lugar la Escritura dice:
«Mirarán al que traspasaron».

C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

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Comienza el triduo Pascual con la Cena del Señor

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La celebración de la Cena del Señor ha marcado la liturgia del Jueves Santo. El Obispo, Don Sebastián Chico Martínez, presidía, en la Catedral, el primer día del triduo pascual, que culminará la noche del sábado con la celebración de la solemne Vigilia Pascual.

Miembros del Cabildo y los seminaristas han acompañado en el presbiterio al Prelado jiennense.

Las lecturas han estado participadas por miembros de la Cofradía de la Buena Muerte y el Evangelio proclamado por el canónigo y Rector del Seminario, D. Juan Francisco Ortiz. El acompañamiento musical ha estado a cargo de D. Alfonso Medina y su coro.

Homilía

Monseñor Chico Martínez ha comenzado recordando con la celebración del Jueves Santo es: “El memorial de aquella y que nos introduce a la pascua que vivió cristo, su muerto y su resurrección. celebración, en la que recordamos: la institución, por Jesús, de la eucaristía, como expresión de amor y de entrega; es el día del “amor fraterno”; y el día de la institución del sacerdocio”.

En el día del amor fraterno, Don Sebastián ha recordado que Dios ama a su criatura, el hombre. El ama hasta el fin. “Contemplamos su fidelidad ante tantas infidelidades nuestras. Baja de su gloria divina, se desprende de sus vestiduras de gloria se quita el manto y se reviste de ropa de esclavo. Baja hasta la extrema miseria de nuestra caída” Para seguir anunciando que con ese gesto, el Señor “ Se arrodilla ante nosotros y desempeña el servicio del eslavo. Lava nuestros pies sucios, para que podamos ser admitidos a la mesa de Dios, para hacernos dignos. Nos capacita para compartir el banquete con Dios y los hermanos”.

Después, sobre el lavatorio ha exhortado a los fieles sobre su significado. En realidad, esta acción (el lavatorio) es el misterio de Cristo en su conjunto, desde la Encarnación hasta la Cruz y la Resurrección. Este conjunto es la fuerza sanadora y santificadora, la fuerza transformadora para los hombres. Es nuestra transformación en una nueva forma de ser, en la apertura de Dios y en la comunión con Él”.

Al concluir la homilía, el Obispo, se ha despojado de sus atributos episcopales y ciñéndose una toalla ha lavado, uno a uno, los pies de las diez personas que quisieron participar en este rito del Jueves Santo: seminaristas, niños, miembros de la Cofradía de la Buena Muerte y fueron los elegidos para que el Obispo de Jaén les lavara y besara los pies, tal y como hizo Jesucristo con sus Apóstoles en la Última Cena.

En la oración de fieles, se pidió para que todos los cristianos sepan seguir los ejemplos de humildad del Señor; Por el Obispo y sus presbíteros: «Para que nuestro Obispo Sebastián y sus presbíteros: que en estos días han recordado el inicio de su ministerio y han renovado las promesas del mismo, vivan plenamente conformados a Jesús y sean siempre fieles a lo que han prometido». Monseñor Chico Martínez ha querido, también, pedir por los presos con los que ha celebrado la Cena del Señor durante esta mañana.

Monumento

Al concluir la Eucaristía, se realizó la reserva del Santísimo. Los seminaristas abrían la procesión con la cruz y los ciriales. A continuación, los concelebrantes, con velas que abrían paso al Cordero Eucarístico. El Obispo, con el Copón que contenía la reserva eucarística, bajo palio cerraba el cortejo. Desde el Altar Mayor del templo principal de Jaén, se dirigieron, acompañados por un numeroso grupo de fieles, hasta la Cripta del Sagrario, allí estaba instalado el Monumento. Tras proceder a la reserva del Santísimo, el Obispo se arrodilló ante el Monumento, y se hicieron unos minutos de silencio y adoración, que concluyeron con un cántico eucarístico.

De nuevo, en procesión, el Pastor del Santo Reino, junto con el resto de los canónigos, seminaristas y concelebrantes regresaron a la Catedral, concluyendo así la Cena del Señor del Jueves Santo.

La Cripta permanecerá abierta hasta a medianoche para acompañar al Señor en adoración eucarística.

No será hasta la gloriosa vigilia Pascual cuando se pueda volver a consagrar. Mientras, la celebración del Viernes Santo, la comunión se dará con la reserva. Una celebración en la que el pueblo fiel está llamado a parrticipar en la adoración de la cruz. El Obispo de Jaén presidirá la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección a las 17 horas en la Catedral.

Galería fotográfica: «Jueves Santo- Cena del Señor»

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Mons. Santiago Gómez preside la Misa del Jueves Santo destacando el amor perpetuo de Cristo en la Eucaristía

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Mons. Santiago Gómez preside la Misa del Jueves Santo destacando el amor perpetuo de Cristo en la Eucaristía

El obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez, ha presidido esta tarde de 28 de marzo en la Santa Iglesia Catedral la Misa Vespertina del Jueves Santo, con la que se inicia el Triduo Sacro.

En su homilía, monseñor Santiago Gómez ha recordado en este día que “Cristo se nos da como nuestro alimento, como el cordero pascual que se sacrificaba en la Pascua y se daba a comer a los israelitas. Jesús no se sacrifica una y otra vez, pero es capaz de hacernos presente su sacrificio, en todo tiempo, para que seamos receptores de su gran amor por nosotros.”

La Misa de la Cena del Señor es el centro de la liturgia del Jueves Santo. La Sagrada Eucaristía nos muestra el Sacrificio de la Alianza definitiva que Dios realiza, en Cristo, con los hombres.

Las lecturas de la Misa inciden en estas ideas: la Eucaristía es la verdadera pascua (primera lectura y Evangelio) y la continuación de la Ultima Cena de Cristo en la celebración de la Iglesia a lo largo de los siglos (segunda lectura).

Tras la homilía, varios hombres han subido al altar donde se ha llevado a cabo el Lavatorio de pies. El Lavatorio de los pies es una catequesis sobre la Eucaristía y una parábola en acción sobre el mandamiento nuevo: la Caridad. Cristo ha venido no para ser servido, sino para servir (Mt 20, 28).

La celebración ha terminado con el traslado en procesión solemne del Santísimo Sacramento al lugar preparado para la reserva.

La Delegación Diocesana para la Liturgia recuerda que el Jueves Santo conmemora un triple misterio: la institución de la Sagrada Eucaristía, la institución del sacerdocio y el amor fraterno. La Eucaristía es el centro y raíz de los otros misterios, puesto que los origina y los exige. Este triple misterio queda plasmado con la Misa, la adoración del Santísimo en el monumento y el lavatorio de los pies.

La liturgia del Jueves Santo concluye con la reserva del Santísimo en el monumento. Las formas consagradas se reservan para la comunión del Viernes Santo y para la adoración de los fieles. No debemos entender el altar de la reserva (Monumento) como la sepultura del Señor. Es muy apropiado dedicar algún tiempo después de la Misa a la adoración eucarística que, pasada la medianoche, se hará sin solemnidad. 

Homilía íntegra del obispo de Huelva, Monseñor Santiago Gómez Sierra

El cuerpo de Cristo como don

En esta tarde de Jueves Santo, Jesús nos invita a entrar en el Cenáculo. Lo que allí ocurrió se hace presente para nosotros por toda la eternidad, en la Santa Misa. No es imaginación. Estamos invitados a la Cena del Señor. Cuando el sacerdote levanta la hostia dice: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor“. Estamos ahi, presentes. Y Cristo se nos da como nuestro alimento, como el cordero pascual que se sacrificaba en la Pascua y se daba a comer a los israelitas. Jesús no se sacrifica una y otra vez, pero es capaz de hacernos presente su sacrificio, en todo tiempo, para que seamos receptores de su gran amor por nosotros.

En la institución de la Eucaristía, según hemos escuchado, Jesús afirma “Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros“. Fijémonos que no dice solamente “Esto es mi cuerpo” sino que añade “que será entregado por vosotros“. Por medio del don de si expresado en su carne -su cuerpo, Cristo se transforma en don que puede ser recibido por cada uno de nosotros. De modo paralelo, Cristo añade “ésta es mi sangre que será derramada por vosotros” Sí, de este modo, Cristo transforma el acto violento de los hombres contra Él en un acto de entrega a favor nuestro, en un acto de amor.

¿Cómo comprender más profundamente esta entrega de amor dentro de la Eucaristía? Podemos pensar en una madre que alimenta con su propio cuerpo y con su propia sangre a su hijo. Lo lleva en su propio cuerpo durante nueve meses. Una madre puede decir “he dado mi cuerpo por mi hijo”. También lo hace el padre, de otro modo. Trabaja incansablemente y así, entrega su cuerpo, a través de su trabajo, para proporcionar a sus hijos alimento y todo lo necesario. Así mismo, de vez en cuando, conocemos historias sobre alguna persona que ha dado su vida para salvar a otro.

Son meras comparaciones para comprender mejor la entrega de Jesús, cuerpo entregado y sangre derramada. Pero el sacrificio de Cristo es aún más que eso, es único. Nadie con su entrega puede hacernos el don que nos ofrece Jesús, pues dice el Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54).

Que hermoso es nuestro Dios que se encarnó. El Creador nos dió cuerpo y espíritu, y Él mismo se dignó dignificó tanto nuestro cuerpo físico que tomó carne y se hizo uno con nosotros. Él no desea que nuestra relación con Él sea solo intelectual, racional y emocional. No, Cristo se encuentra con nosotros a través de nuestro cuerpo físico, y se nos da en alimento, verdadera comida.

Hasta aquí la lógica del don que recibimos. Pero se nos pide una respuesta: aprender a vivir en la lógica del don de sí. Nunca hay que darlo por supuesto, pues sabemos bien por experiencia propia personal de las resistencias y dificultades que encontramos para vivir en esta lógica. Por eso necesitamos celebrar y vivir la Eucaristía con frecuencia. Como afirmaba, en este sentido, Benedicto XVI: “La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega” (Exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis, n. 11).

La Eucaristía, manantial de concordia

También la Eucaristía es un desbordante manantial de concordia, de unidad. Esto también lo celebra el Jueves Santo. Lo hemos oído en el Evangelio según san Juan.

Una preocupación que proviene tanto del ambiente social como del ambiente eclesial que vivimos es la siguiente: ¿qué nos une? ¿qué vertebra nuestra sociedad? ¿cuál es el factor de cohesión social que aglutina a todos los hombres? Hablamos de globalización, pero asistimos a divisiones, enfrentamientos y guerras. Es la trágica experiencia que vivimos.

En la Eucaristía hacemos memorial de un acto del cual manó vida nueva, que sigue fluyendo. Este evento fundador de la última Cena es memorial en cada Eucaristía, no es solo el inicio temporal de algo, sino el principio generativo que no deja de brotar. La Eucaristía es una acción de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre, de la que brota permanentemente vida nueva.

San Pablo nos enseña que sacramento de la Eucaristía genera una profunda unidad y comunión entre todos los que participan de ella, cuando afirma: “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todo comemos del mismo pan” (1Cor 10,17).

Así podemos comprender mejor que la finalidad de la Eucaristía es la transformación de los que la celebramos en una verdadera comunión con Cristo y entre nosotros.

Hoy también expresamos nuestra gratitud al Señor con la adoración al Santísimo Sacramento después de la Santa Misa. En la Eucaristia el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros.
Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Adorar nos ayuda a todos a ser formados por el amor desinteresado que contemplamos en el Cuerpo entregado del Señor. Se dice que santa
(Madre) Teresa de Calcuta dijo una vez: «Cuando miras el crucifijo, comprendes cuánto te amó Jesús entonces. Cuando miras la Sagrada Hostia, comprendes cuánto te ama Jesús ahora»”

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Mons. Saiz: “La Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad”

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Mons. Saiz: “La Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad”

El arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz, ha presidido esta tarde la primera de las celebraciones del triduo sacro que acogerá la Catedral de Sevilla. Han concelebrado, entre otros, el nuncio apostólico en Marruecos, mons. Alfred Xuereb; el arzobispo emérito de Monreale (Sicilia), mons. Michele Pennisi; el deán del Cabildo catedralicio, Francisc0 José Ortiz: el rector del Seminario, Andrés Ybarra; y una representación tanto del clero como del Seminario metropolitano. Por parte del Ayuntamiento, el alcalde, José Luis Sanz, ha encabezado la representación municipal.

Ha sido una celebración solemne, cargada de simbolismo, en la que el arzobispo ha realizado el rito del lavatorio de pies a doce alumnos del Seminario hispalense. En su homilía, monseñor Saiz ha recordado que “la última cena de Jesús, antes de la Pasión, fue el momento en que instituyó la Eucaristía y el sacerdocio, y también fue un momento de plegaria, de súplica al Padre y de llamamiento a los discípulos”. A continuación ha señalado que “el memorial de su muerte y resurrección no significa una simple repetición de la última Cena. La Eucaristía nos introduce en el acto oblativo de Jesús, nos implica en la dinámica de su entrega, nos arrastra hacia Él, nos renueva en el más íntimo del ser, transforma nuestra vida”.

Comunión que nace del encuentro con Jesucristo

Monseñor Saiz ha subrayado que la unidad, la comunión eclesial nace del encuentro con Jesucristo: “Él establece una nueva relación entre Dios y el ser humano, nos revela que Dios es amor y nos enseña el mandamiento nuevo del amor, la única fuerza capaz de transformar el mundo, porque antes ha transformado el corazón humano”. En la misma línea, ha afirmado que “la comunión eclesial solo es posible si las personas están íntimamente unidas a Cristo”.

Seguidamente ha señalado que “la Iglesia nace con la Eucaristía”. “Todos nosotros comemos del mismo pan, recibimos el mismo cuerpo del Señor, y si la Eucaristía es el misterio de la comunión de cada uno con el Señor, lo es también de la unión visible entre todos. La imagen del cuerpo expresa la solidaridad entre los miembros, la necesidad de que cada miembro cumpla su misión específica, la cooperación imprescindible dentro de la unidad del conjunto buscando el bien común”, ha apuntado, antes de afirmar que “la Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad. Es la medicina que cura el egoísmo, la soberbia, la rivalidad, la desconfianza”.

En la parte final de la homilía, el arzobispo de Sevilla ha reiterado que “la Eucaristía nos tiene que llevar a la misión”, porque “la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nuestro tiempo es el tiempo de la fe y el testimonio”. Monseñor Saiz Meneses ha finalizado su alocución dando gracias al Señor “por su amor inmenso, porque ha querido estar presente entre nosotros como alimento de nuestra vida de peregrinos y apóstoles”. También ha elevado el agradecimiento “por el don de la Eucaristía, por el don del sacerdocio, por su ejemplo de servicio hasta dar la vida por nuestra salvación”.

Al término de la misa, se ha reservado la Eucaristía en la Capilla Real. Los oficios de mañana, Viernes Santo, que se celebren en la seo hispalense comenzarán a las cinco de la tarde.

 

 

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Homilía del Jueves Santo de 2024

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Homilía del Jueves Santo de 2024

Homilía del Jueves Santo

Mons. José Ángel Saiz Meneses

28 de marzo de 2024. Catedral de Sevilla

  1. Queridos hermanos presentes en esta celebración: Sr. Arzobispo, Sr. Obispo, Sr. Deán y Cabildo catedral, presbíteros y diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado, queridos todos. Nos reunimos un año más para celebrar el memorial de la Cena del Señor. Dispongámonos a vivir esta celebración con toda la intensidad de nuestra fe, unidos a Dios y a los hermanos. La última cena de Jesús, antes de la Pasión, fue el momento en que va instituyó la Eucaristía y el sacerdocio, y también fue un momento de plegaria, de súplica al Padre y de llamamiento a los discípulos.
  2. Jesús instituye la Eucaristía en el marco de la celebración de la pascua judía, una fiesta que conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto, el acontecimiento fundamental de la historia del pueblo de Israel, que comportaba el sacrificio y la cena del cordero, el paso del Mar Rojo, la alianza en la montaña del Sinaí, la travesía del desierto y la entrada a la tierra prometida. Al instituir la Eucaristía, anticipa el Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección; al mismo tiempo se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo. De este modo Jesús incluye una novedad radical dentro de la antigua cena pascual judía. El antiguo rito ya se ha cumplido y ha sido superado definitivamente por el don de amor del Hijo de Dios encarnado.
  3. «Haced esto en memoria mía» ( Lc 22,19). Con este mandato pide a los discípulos de todos los tiempos actualizar su sacrificio redentor sacramentalmente y corresponder a su don inmenso. El memorial de su muerte y resurrección no significa una simple repetición de la última Cena. La Eucaristía nos introduce en el acto oblativo de Jesús, nos implica en la dinámica de su entrega, nos arrastra hacia Él, nos renueva en el más íntimo del ser, transforma nuestra vida.
  4. Por las palabras de la consagración, la presencia del Señor se hace viva y real. Bajo la apariencia del pan y el vino, su sustancia, su realidad es absolutamente nueva y diferente: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo»…. «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza». Misterio de fe que sobrepasa nuestros sentidos y nuestro entendimiento. Y el Señor manda a los Apóstoles repetir este acto, -«haced esto en memoria mía»-, y los capacita para realizar este Memorial, instituyendo también el Orden sagrado. Misterio de fe, un misterio muy grande. No es extraño que muchos coetáneos nuestros piensen como aquellos que iban siguiendo a Jesús, pero cuando escuchan el sermón del pan de vida dicen: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» (Jn 6, 60). Pedimos al Señor que cada vez que celebremos la Eucaristía aumente nuestra fe.
  5. Jesús dirige al Padre en la última cena una oración que se centra sobre todo en la unidad: «para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí». (Jn 17, 21-23). La unidad, la comunión eclesial, nace del encuentro con Jesucristo. Él establece una nueva relación entre Dios y el ser humano, nos revela que Dios es amor y nos enseña el mandamiento nuevo del amor, la única fuerza capaz de transformar el mundo, porque antes ha transformado el corazón humano.
  6. La comunión eclesial solo es posible si las personas están íntimamente unidas a Cristo. Una unidad profunda e interior y a la vez visible, porque es condición indispensable para que el mundo crea. Esta unidad tiene su raíz en la Eucaristía: «El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10, 16-17). La Iglesia nace con la Eucaristía. Todos nosotros comemos del mismo pan, recibimos el mismo cuerpo del Señor, y si la Eucaristía es el misterio de la comunión de cada uno con el Señor, lo es también de la unión visible entre todos. La imagen del cuerpo expresa la solidaridad entre los miembros, la necesidad de que cada miembro cumpla su misión específica, la cooperación imprescindible dentro de la unidad del conjunto buscando el bien común. La diversidad de los miembros y la variedad de las funciones no van en perjuicio de la unidad, como tampoco la unidad anula o difumina la multiplicidad y la variedad de los miembros y de sus funciones.
  7. La Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad. Es la medicina que cura el egoísmo, la soberbia, la rivalidad, la desconfianza. Nos lleva a vivir como la primera comunidad cristiana de Jerusalén, donde los hermanos tenían “un solo corazón y una sola alma” (Act 4, 32), y vivían el gozo de la unidad. Recordamos el salmo 132: «Ved qué dulzura, qué delicia, | convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento. Es rocío del Hermón, que va bajando sobre el monte Sión. Porque allí manda el Señor la bendición: la vida para siempre».
  8. Hoy celebramos el amor de Dios, que nos salva, que se actualiza en la celebración de la Eucaristía. Solo el amor de Dios puede cambiar el corazón humano y la historia. El mundo necesita encontrar a Cristo y creer en él, recibir, vivir y compartir el amor de Dios. La Eucaristía es fuente y culminación de la vida de la Iglesia, y también es la fuente y el impulso para su misión evangelizadora. Hemos contemplado como en la última Cena Jesús confía a sus discípulos este Sacramento, que actualiza su sacrificio redentor. La Eucaristía nos tiene que llevar a la misión, porque la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nuestro tiempo es el tiempo de la fe y el testimonio.
  9. Cada vez que celebramos la Eucaristía se actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús hizo en la cruz por nosotros y por todo el mundo. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión y del amor de Dios por cada ser humano. Es así como nace, desde el misterio de la Eucaristía, el servicio de la caridad hacia el prójimo. Esto solo se puede vivir desde el encuentro íntimo con Dios. Desde este encuentro profundo con Dios, que cambia la vida, que cambia el corazón, podemos mirar los otros con la mirada de Jesucristo (cf. SC 88). En el siglo IV, san Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, advertía a sus fieles: “¿Queréis honrar de verdad el Cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis perecer de frío y desnudez. Porque el mismo que ha dicho ‘Esto es mi Cuerpo’ y con su palabra afirmó nuestra fe, Ése ha dicho también: ‘Me visteis enfermo y no me disteis de comer’”. Este Jueves Santo, mientras celebramos la Cena del Señor y conmemoramos la institución de la Eucaristía, recordemos su significado profundo como fuente de caridad y de encuentro con los necesitados.
  10. Damos gracias al Señor por su amor inmenso, porque ha querido estar presente entre nosotros como alimento de nuestra vida de peregrinos y apóstoles. Gracias por el don de la Eucaristía, por el don del sacerdocio, por su ejemplo de servicio hasta dar la vida por nuestra salvación. María santísima, la mujer eucarística por excelencia, nos ayude a seguir su ejemplo. Que así sea.

 

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VÍDEO | Monseñor Saiz ante el Jueves Santo: comienza el Triduo Pascual

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VÍDEO | Monseñor Saiz ante el Jueves Santo: comienza el Triduo Pascual

El arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz Meneses, ha compartido en sus perfiles de X e Instagram un vídeo en el que reflexiona sobre el sentido de este día, Jueves Santo, comienzo del Triduo Pascual.

En este, recuerda que hoy, en la celebración de la Cena del Señor, “actualizamos aquella Última Cena” en la que Jesús instituyó la Eucaristía, “signo de unidad y vínculo de caridad”.

En el vídeo explica que también hoy recordamos la institución del sacerdocio. Este ministerio, asegura, “está al servicio de los fieles” y pide “por su santificación”.

Finalmente, se refiere al lavatorio de los pies que “simboliza el servicio y el amor de Cristo hacia la humanidad”.

Puede ver el vídeo completo a continuación:

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El lavatorio de los pies en la cárcel, el amor fraterno con los privados de libertad

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En este Jueves Santo, que reluce más que el sol, la Iglesia universal conmemora el día del amor fraterno y la institución de la Eucaristía. Para comenzar la jornada, el Obispo de Jaén, Monseñor Chico Martínez, ha acudido hasta la Prisión Provincial para celebrar con los internos la Cena del Señor.

Un momento de intimidad espiritual con los privados de libertad que para el Prelado jiennense se convierte en uno de los instantes más conmovedores de toda la Semana Santa.

Poco antes de las 9:30 de la mañana llegaba hasta la Cárcel donde lo esperaban la subdirectora, Dª Cristina Martínez García; funcionarios de prisiones; el Delegado de Pastoral Penitenciaria, D. Domingo Pérez, los capellanes, D. José González y Dª Carmen Fernández; dos seminaristas y un grupo de los voluntarios de esta pastoral que durante todo el año acompañan y alientan a los internos en su estancia en la prisión.

En la pequeña capilla del penal aguardaban los internos que, de forma voluntaria, querían participar en esta celebración litúrgica del Jueves Santo.

Las lecturas han estado participadas por los propios internos y el Evangelio proclamado por el Delegado de la Pastoral, D. Domingo Pérez, en su primera Semana Santa en este servicio diocesano. El pasaje evangélico de San Juan relataba la última cena y el lavatorio de los pies.

En la homilía, Don Sebastián se ha dirigido a los internos para recordarle que cada Jueves Santo se conmemora la institución del sacramento de la Eucaristía, que recuerda que Cristo quiso quedarse, para siempre, entre nosotros, en algo tan simple como un trozo de pan y un poco de vino. “La Eucaristía es la presencia real del Señor entre nosotros”, ha afirmado el Obispo. “Hoy, como en esa Última Cena, Jesús nos recuerda que nos ama tanto que se sigue entregando, que sigue muriendo y resucitando por nosotros, sean cuales sean nuestros fallos morales, nuestros pecados y culpas. Su amor es para todos”. Del mismo modo, Monseñor Chico Martínez, recuerda que ese amor infinito de Jesús también se refleja en el momento del lavatorio. “Jesús sirve a sus discípulos. Les lava los pies y con eso nos quiere enseñar que la grandeza está en el servicio y la entrega. Son los gestos, la acciones con el hermano los que nos llevan a un encuentro con Jesús, un encuentro que no nos deja indiferentes, sino que nos transforma”.

Del mismo modo, el Obispo ha confesado a los internos que esta mañana de Jueves Santo para él es uno de los momentos en los que más disfruta de este tiempo de penitencia y vivencia espiritual, “ya que estar aquí, con vosotros, miraros a los ojos y poderos lavar los pies me hace reconocer en cada uno de vosotros el rostro sufriente del Señor”.

Tras la predicación, el Obispo se ha despojado de la casulla y, como hiciera Jesús, se ha ceñido una toalla a la cintura. Se ha producido un momento de gran emoción y piedad, mientras Don Sebastián lavaba y besaba los pies de algunos internos. Al igual que el Prelado derramaba el agua sobre los pies de los internos, caían lágrimas de emoción por los rostros de los internos, al ver el gesto que, con entrañable amor, ha hecho Don Sebastián con cada uno de ellos.

Tanto los internos como los voluntarios de la Pastoral han vivido con recogimiento la Consagración y han unido sus brazos para rezar el Padrenuestro. Durante la paz se han abrazado los unos con los otros como muestra de fraternidad.

Al finalizar la Eucaristía, Don Sebastián ha querido felicitar a los sacerdotes que lo acompañaban en el día de la institución de la Eucaristía. De igual modo, el capellán, D. José González ha pedido a un interno que entregara una carta manuscrita , dirigida al Papa Francisco y en la que se recoge el apoyo y la oración de los presos por la figura del Santo Padre, después de conocer los ataques que se habían vertido contra él. El Obispo ha trasladado a los presos que se las hará llegar al Papa. Don Sebastián se ha despedido de los internos, y les ha deseado una feliz Pascua de Resurrección, anunciándoles que estará en junio con ellos para celebrar el sacramento de la Confirmación. 

Esta tarde, el Prelado jiennense celebrará la Cena del Señor a las 19 horas en la Catedral, como inicio del triduo Pascual en el que la Iglesia universal rememora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor.

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Día del amor fraterno: “Haced vosotros lo mismo”

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Día del amor fraterno: “Haced vosotros lo mismo”

La Semana Santa nos ayuda cada año a comprender el verdadero significado del Amor que Dios nos tiene. Celebrar y traer de nuevo aquellos últimos días de Jesús nos invita a mirar cada año al corazón y preguntarnos si nosotros también queremos formar parte del proyecto de vida que Dios nos mostró a través de su único Hijo. Una vida entregada por completo a la voluntad del Padre, sin restricciones, sin límites, amando hasta el extremo… hasta dar su propia vida por todas y cada una de las personas a las que amaba, incluidas aquellas que lo iban a abandonar o traicionar. Confiando hasta el final.

En estos días vamos a tener de nuevo la oportunidad de contemplar, de muchas maneras, el plan que Dios tenía pensado para hacernos ver, definitivamente, su amor incondicional hacia todos nosotros. Un plan que pasaba por hacerse hombre y caminar junto a nosotros para explicarnos en qué consiste eso del amor, esa fuente de la vida que es capaz de vencer a la propia muerte. El amor que no entendemos y que por ello tantas veces nos cuesta dar. El amor, que aparentemente a todos nos falta y nunca es suficiente. Ese amor, el amor de Dios, es el que todo lo cambia y todo lo renueva.

«Señor ¿lavarme los pies a mí?»

El Triduo Pascual, en el que seguiremos a Jesús hasta la Cruz, y viviremos la gloria de su Resurrección, nos invita a cada uno de nosotros a compartir la mesa con Él, a beber de su cuerpo y su sangre y a celebrar constantemente este gesto de entrega para no olvidar aquello a lo que estamos llamados los cristianos.

Sin embargo, Jesús, durante la cena, se levanta, se despoja de su majestuosidad quitándose el manto, se prepara ciñéndose una toalla y lava los pies a sus discípulos. Jesús se arrodilla, se abaja, no necesita mantenerse por encima de nadie. El Hijo de Dios es capaz de bajar y lavar los pies de las personas a las que ama. De contemplar su dolor, sus sufrimientos, sus pecados, aquello que ensombrece sus corazones… y él se arrodilla, junto a ellos, y los purifica…

Pedro, que aún no entiende el orden en el que Dios comprende el mundo, se rebela, pero la respuesta es clara: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza», contesta Pedro. El gesto que Jesús hace en el lavatorio de pies es clave en toda esta gran Historia de Salvación de Dios con su pueblo. Nadie puede estar en Dios, con Dios, si no está dispuesto a despojarse de sí mismo, a abajarse, a arrodillarse junto a su hermano y lavarle los pies… Y el cuerpo si hiciera falta.

“El amor de Dios derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5)

El Jueves Santo es el Día del Amor Fraterno. Una nueva llamada a dejarnos mirar por Jesús, de rodillas ante nosotros, para lavarnos los pies y acercarnos a compartir la mesa junto a Él. Y una llamada también a hacer nosotros lo mismo. Miremos como mira Jesús, y contemplemos en el hermano que sufre la necesidad de ser también para él, instrumento de ese amor capaz de acompañar, arrodillarse y dar la vida. En quienes viven la soledad no deseada, quienes han tenido que huir de sus hogares buscando una oportunidad de vida, quienes no llegan a final de mes y no sabe qué darles de comer a sus hijos e hijas, quienes no encuentran trabajo y oportunidades de desarrollo, aquellos que sufren la violencia, la guerra, la injusticia… Muchos de ellos pueden ser nuestros propios vecinos, hermanos, familiares… Otros se encuentran lejos pero no por ello su dolor es menor. Necesitan que estemos y les amemos como Jesús amó.

Dios nos ha revelado la verdad, y ha derramado su amor en nuestros corazones. Cada uno de nosotros, amigos de Jesús, seguidores de su Palabra, hijos de Dios, tenemos mucho que ver en esto de servir, de dar la vida por nuestros hermanos, especialmente por aquellos que más necesitan contemplar el amor incondicional que Dios les tiene.

Hagamos nosotros lo mismo.

Ainhoa Ulla

Responsable de comunicación de Cáritas Diocesana

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Comienza el triduo sacro con la Misa de la Cena del Señor

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Comienza el triduo sacro con la Misa de la Cena del Señor

Luis Rueda, delegado diocesano y prefecto de Liturgia de la Catedral de Sevilla, explica en el siguiente vídeo los detalles de una celebración singular, la primera del triduo sacro: los oficios del Jueces Santo. la Misa de la Cena del Señor, con la institución de la Eucaristía y el ministerio sacerdotal.

La Catedral de Sevilla acogerá esta celebración, hoy jueves a las cinco de la tarde, presidida por el arzobispo, monseñor Saiz Meneses.

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Oficios del Jueves Santo, inicio del triduo sacro

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Oficios del Jueves Santo, inicio del triduo sacro

Luis Rueda, delegado diocesano y prefecto de Liturgia de la Catedral de Sevilla, explica los detalles de una celebración singular, la primera del triduo sacro: los oficios del Jueces Santo.

La Catedral de Sevilla acogerá esta celebración, hoy jueves a las cinco de la tarde, presidida por el arzobispo.

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