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Comienza el triduo Pascual con la Cena del Señor

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La celebración de la Cena del Señor ha marcado la liturgia del Jueves Santo. El Obispo, Don Sebastián Chico Martínez, presidía, en la Catedral, el primer día del triduo pascual, que culminará la noche del sábado con la celebración de la solemne Vigilia Pascual.

Miembros del Cabildo y los seminaristas han acompañado en el presbiterio al Prelado jiennense.

Las lecturas han estado participadas por miembros de la Cofradía de la Buena Muerte y el Evangelio proclamado por el canónigo y Rector del Seminario, D. Juan Francisco Ortiz. El acompañamiento musical ha estado a cargo de D. Alfonso Medina y su coro.

Homilía

Monseñor Chico Martínez ha comenzado recordando con la celebración del Jueves Santo es: “El memorial de aquella y que nos introduce a la pascua que vivió cristo, su muerto y su resurrección. celebración, en la que recordamos: la institución, por Jesús, de la eucaristía, como expresión de amor y de entrega; es el día del “amor fraterno”; y el día de la institución del sacerdocio”.

En el día del amor fraterno, Don Sebastián ha recordado que Dios ama a su criatura, el hombre. El ama hasta el fin. “Contemplamos su fidelidad ante tantas infidelidades nuestras. Baja de su gloria divina, se desprende de sus vestiduras de gloria se quita el manto y se reviste de ropa de esclavo. Baja hasta la extrema miseria de nuestra caída” Para seguir anunciando que con ese gesto, el Señor “ Se arrodilla ante nosotros y desempeña el servicio del eslavo. Lava nuestros pies sucios, para que podamos ser admitidos a la mesa de Dios, para hacernos dignos. Nos capacita para compartir el banquete con Dios y los hermanos”.

Después, sobre el lavatorio ha exhortado a los fieles sobre su significado. En realidad, esta acción (el lavatorio) es el misterio de Cristo en su conjunto, desde la Encarnación hasta la Cruz y la Resurrección. Este conjunto es la fuerza sanadora y santificadora, la fuerza transformadora para los hombres. Es nuestra transformación en una nueva forma de ser, en la apertura de Dios y en la comunión con Él”.

Al concluir la homilía, el Obispo, se ha despojado de sus atributos episcopales y ciñéndose una toalla ha lavado, uno a uno, los pies de las diez personas que quisieron participar en este rito del Jueves Santo: seminaristas, niños, miembros de la Cofradía de la Buena Muerte y fueron los elegidos para que el Obispo de Jaén les lavara y besara los pies, tal y como hizo Jesucristo con sus Apóstoles en la Última Cena.

En la oración de fieles, se pidió para que todos los cristianos sepan seguir los ejemplos de humildad del Señor; Por el Obispo y sus presbíteros: «Para que nuestro Obispo Sebastián y sus presbíteros: que en estos días han recordado el inicio de su ministerio y han renovado las promesas del mismo, vivan plenamente conformados a Jesús y sean siempre fieles a lo que han prometido». Monseñor Chico Martínez ha querido, también, pedir por los presos con los que ha celebrado la Cena del Señor durante esta mañana.

Monumento

Al concluir la Eucaristía, se realizó la reserva del Santísimo. Los seminaristas abrían la procesión con la cruz y los ciriales. A continuación, los concelebrantes, con velas que abrían paso al Cordero Eucarístico. El Obispo, con el Copón que contenía la reserva eucarística, bajo palio cerraba el cortejo. Desde el Altar Mayor del templo principal de Jaén, se dirigieron, acompañados por un numeroso grupo de fieles, hasta la Cripta del Sagrario, allí estaba instalado el Monumento. Tras proceder a la reserva del Santísimo, el Obispo se arrodilló ante el Monumento, y se hicieron unos minutos de silencio y adoración, que concluyeron con un cántico eucarístico.

De nuevo, en procesión, el Pastor del Santo Reino, junto con el resto de los canónigos, seminaristas y concelebrantes regresaron a la Catedral, concluyendo así la Cena del Señor del Jueves Santo.

La Cripta permanecerá abierta hasta a medianoche para acompañar al Señor en adoración eucarística.

No será hasta la gloriosa vigilia Pascual cuando se pueda volver a consagrar. Mientras, la celebración del Viernes Santo, la comunión se dará con la reserva. Una celebración en la que el pueblo fiel está llamado a parrticipar en la adoración de la cruz. El Obispo de Jaén presidirá la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección a las 17 horas en la Catedral.

Galería fotográfica: «Jueves Santo- Cena del Señor»

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Mons. Santiago Gómez preside la Misa del Jueves Santo destacando el amor perpetuo de Cristo en la Eucaristía

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Mons. Santiago Gómez preside la Misa del Jueves Santo destacando el amor perpetuo de Cristo en la Eucaristía

El obispo de Huelva, Mons. Santiago Gómez, ha presidido esta tarde de 28 de marzo en la Santa Iglesia Catedral la Misa Vespertina del Jueves Santo, con la que se inicia el Triduo Sacro.

En su homilía, monseñor Santiago Gómez ha recordado en este día que “Cristo se nos da como nuestro alimento, como el cordero pascual que se sacrificaba en la Pascua y se daba a comer a los israelitas. Jesús no se sacrifica una y otra vez, pero es capaz de hacernos presente su sacrificio, en todo tiempo, para que seamos receptores de su gran amor por nosotros.”

La Misa de la Cena del Señor es el centro de la liturgia del Jueves Santo. La Sagrada Eucaristía nos muestra el Sacrificio de la Alianza definitiva que Dios realiza, en Cristo, con los hombres.

Las lecturas de la Misa inciden en estas ideas: la Eucaristía es la verdadera pascua (primera lectura y Evangelio) y la continuación de la Ultima Cena de Cristo en la celebración de la Iglesia a lo largo de los siglos (segunda lectura).

Tras la homilía, varios hombres han subido al altar donde se ha llevado a cabo el Lavatorio de pies. El Lavatorio de los pies es una catequesis sobre la Eucaristía y una parábola en acción sobre el mandamiento nuevo: la Caridad. Cristo ha venido no para ser servido, sino para servir (Mt 20, 28).

La celebración ha terminado con el traslado en procesión solemne del Santísimo Sacramento al lugar preparado para la reserva.

La Delegación Diocesana para la Liturgia recuerda que el Jueves Santo conmemora un triple misterio: la institución de la Sagrada Eucaristía, la institución del sacerdocio y el amor fraterno. La Eucaristía es el centro y raíz de los otros misterios, puesto que los origina y los exige. Este triple misterio queda plasmado con la Misa, la adoración del Santísimo en el monumento y el lavatorio de los pies.

La liturgia del Jueves Santo concluye con la reserva del Santísimo en el monumento. Las formas consagradas se reservan para la comunión del Viernes Santo y para la adoración de los fieles. No debemos entender el altar de la reserva (Monumento) como la sepultura del Señor. Es muy apropiado dedicar algún tiempo después de la Misa a la adoración eucarística que, pasada la medianoche, se hará sin solemnidad. 

Homilía íntegra del obispo de Huelva, Monseñor Santiago Gómez Sierra

El cuerpo de Cristo como don

En esta tarde de Jueves Santo, Jesús nos invita a entrar en el Cenáculo. Lo que allí ocurrió se hace presente para nosotros por toda la eternidad, en la Santa Misa. No es imaginación. Estamos invitados a la Cena del Señor. Cuando el sacerdote levanta la hostia dice: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor“. Estamos ahi, presentes. Y Cristo se nos da como nuestro alimento, como el cordero pascual que se sacrificaba en la Pascua y se daba a comer a los israelitas. Jesús no se sacrifica una y otra vez, pero es capaz de hacernos presente su sacrificio, en todo tiempo, para que seamos receptores de su gran amor por nosotros.

En la institución de la Eucaristía, según hemos escuchado, Jesús afirma “Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros“. Fijémonos que no dice solamente “Esto es mi cuerpo” sino que añade “que será entregado por vosotros“. Por medio del don de si expresado en su carne -su cuerpo, Cristo se transforma en don que puede ser recibido por cada uno de nosotros. De modo paralelo, Cristo añade “ésta es mi sangre que será derramada por vosotros” Sí, de este modo, Cristo transforma el acto violento de los hombres contra Él en un acto de entrega a favor nuestro, en un acto de amor.

¿Cómo comprender más profundamente esta entrega de amor dentro de la Eucaristía? Podemos pensar en una madre que alimenta con su propio cuerpo y con su propia sangre a su hijo. Lo lleva en su propio cuerpo durante nueve meses. Una madre puede decir “he dado mi cuerpo por mi hijo”. También lo hace el padre, de otro modo. Trabaja incansablemente y así, entrega su cuerpo, a través de su trabajo, para proporcionar a sus hijos alimento y todo lo necesario. Así mismo, de vez en cuando, conocemos historias sobre alguna persona que ha dado su vida para salvar a otro.

Son meras comparaciones para comprender mejor la entrega de Jesús, cuerpo entregado y sangre derramada. Pero el sacrificio de Cristo es aún más que eso, es único. Nadie con su entrega puede hacernos el don que nos ofrece Jesús, pues dice el Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54).

Que hermoso es nuestro Dios que se encarnó. El Creador nos dió cuerpo y espíritu, y Él mismo se dignó dignificó tanto nuestro cuerpo físico que tomó carne y se hizo uno con nosotros. Él no desea que nuestra relación con Él sea solo intelectual, racional y emocional. No, Cristo se encuentra con nosotros a través de nuestro cuerpo físico, y se nos da en alimento, verdadera comida.

Hasta aquí la lógica del don que recibimos. Pero se nos pide una respuesta: aprender a vivir en la lógica del don de sí. Nunca hay que darlo por supuesto, pues sabemos bien por experiencia propia personal de las resistencias y dificultades que encontramos para vivir en esta lógica. Por eso necesitamos celebrar y vivir la Eucaristía con frecuencia. Como afirmaba, en este sentido, Benedicto XVI: “La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega” (Exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis, n. 11).

La Eucaristía, manantial de concordia

También la Eucaristía es un desbordante manantial de concordia, de unidad. Esto también lo celebra el Jueves Santo. Lo hemos oído en el Evangelio según san Juan.

Una preocupación que proviene tanto del ambiente social como del ambiente eclesial que vivimos es la siguiente: ¿qué nos une? ¿qué vertebra nuestra sociedad? ¿cuál es el factor de cohesión social que aglutina a todos los hombres? Hablamos de globalización, pero asistimos a divisiones, enfrentamientos y guerras. Es la trágica experiencia que vivimos.

En la Eucaristía hacemos memorial de un acto del cual manó vida nueva, que sigue fluyendo. Este evento fundador de la última Cena es memorial en cada Eucaristía, no es solo el inicio temporal de algo, sino el principio generativo que no deja de brotar. La Eucaristía es una acción de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre, de la que brota permanentemente vida nueva.

San Pablo nos enseña que sacramento de la Eucaristía genera una profunda unidad y comunión entre todos los que participan de ella, cuando afirma: “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todo comemos del mismo pan” (1Cor 10,17).

Así podemos comprender mejor que la finalidad de la Eucaristía es la transformación de los que la celebramos en una verdadera comunión con Cristo y entre nosotros.

Hoy también expresamos nuestra gratitud al Señor con la adoración al Santísimo Sacramento después de la Santa Misa. En la Eucaristia el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros.
Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Adorar nos ayuda a todos a ser formados por el amor desinteresado que contemplamos en el Cuerpo entregado del Señor. Se dice que santa
(Madre) Teresa de Calcuta dijo una vez: «Cuando miras el crucifijo, comprendes cuánto te amó Jesús entonces. Cuando miras la Sagrada Hostia, comprendes cuánto te ama Jesús ahora»”

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Mons. Saiz: “La Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad”

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Mons. Saiz: “La Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad”

El arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz, ha presidido esta tarde la primera de las celebraciones del triduo sacro que acogerá la Catedral de Sevilla. Han concelebrado, entre otros, el nuncio apostólico en Marruecos, mons. Alfred Xuereb; el arzobispo emérito de Monreale (Sicilia), mons. Michele Pennisi; el deán del Cabildo catedralicio, Francisc0 José Ortiz: el rector del Seminario, Andrés Ybarra; y una representación tanto del clero como del Seminario metropolitano. Por parte del Ayuntamiento, el alcalde, José Luis Sanz, ha encabezado la representación municipal.

Ha sido una celebración solemne, cargada de simbolismo, en la que el arzobispo ha realizado el rito del lavatorio de pies a doce alumnos del Seminario hispalense. En su homilía, monseñor Saiz ha recordado que “la última cena de Jesús, antes de la Pasión, fue el momento en que instituyó la Eucaristía y el sacerdocio, y también fue un momento de plegaria, de súplica al Padre y de llamamiento a los discípulos”. A continuación ha señalado que “el memorial de su muerte y resurrección no significa una simple repetición de la última Cena. La Eucaristía nos introduce en el acto oblativo de Jesús, nos implica en la dinámica de su entrega, nos arrastra hacia Él, nos renueva en el más íntimo del ser, transforma nuestra vida”.

Comunión que nace del encuentro con Jesucristo

Monseñor Saiz ha subrayado que la unidad, la comunión eclesial nace del encuentro con Jesucristo: “Él establece una nueva relación entre Dios y el ser humano, nos revela que Dios es amor y nos enseña el mandamiento nuevo del amor, la única fuerza capaz de transformar el mundo, porque antes ha transformado el corazón humano”. En la misma línea, ha afirmado que “la comunión eclesial solo es posible si las personas están íntimamente unidas a Cristo”.

Seguidamente ha señalado que “la Iglesia nace con la Eucaristía”. “Todos nosotros comemos del mismo pan, recibimos el mismo cuerpo del Señor, y si la Eucaristía es el misterio de la comunión de cada uno con el Señor, lo es también de la unión visible entre todos. La imagen del cuerpo expresa la solidaridad entre los miembros, la necesidad de que cada miembro cumpla su misión específica, la cooperación imprescindible dentro de la unidad del conjunto buscando el bien común”, ha apuntado, antes de afirmar que “la Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad. Es la medicina que cura el egoísmo, la soberbia, la rivalidad, la desconfianza”.

En la parte final de la homilía, el arzobispo de Sevilla ha reiterado que “la Eucaristía nos tiene que llevar a la misión”, porque “la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nuestro tiempo es el tiempo de la fe y el testimonio”. Monseñor Saiz Meneses ha finalizado su alocución dando gracias al Señor “por su amor inmenso, porque ha querido estar presente entre nosotros como alimento de nuestra vida de peregrinos y apóstoles”. También ha elevado el agradecimiento “por el don de la Eucaristía, por el don del sacerdocio, por su ejemplo de servicio hasta dar la vida por nuestra salvación”.

Al término de la misa, se ha reservado la Eucaristía en la Capilla Real. Los oficios de mañana, Viernes Santo, que se celebren en la seo hispalense comenzarán a las cinco de la tarde.

 

 

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Homilía del Jueves Santo de 2024

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Homilía del Jueves Santo de 2024

Homilía del Jueves Santo

Mons. José Ángel Saiz Meneses

28 de marzo de 2024. Catedral de Sevilla

  1. Queridos hermanos presentes en esta celebración: Sr. Arzobispo, Sr. Obispo, Sr. Deán y Cabildo catedral, presbíteros y diáconos, miembros de la vida consagrada y del laicado, queridos todos. Nos reunimos un año más para celebrar el memorial de la Cena del Señor. Dispongámonos a vivir esta celebración con toda la intensidad de nuestra fe, unidos a Dios y a los hermanos. La última cena de Jesús, antes de la Pasión, fue el momento en que va instituyó la Eucaristía y el sacerdocio, y también fue un momento de plegaria, de súplica al Padre y de llamamiento a los discípulos.
  2. Jesús instituye la Eucaristía en el marco de la celebración de la pascua judía, una fiesta que conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto, el acontecimiento fundamental de la historia del pueblo de Israel, que comportaba el sacrificio y la cena del cordero, el paso del Mar Rojo, la alianza en la montaña del Sinaí, la travesía del desierto y la entrada a la tierra prometida. Al instituir la Eucaristía, anticipa el Sacrificio de la cruz y la victoria de la resurrección; al mismo tiempo se revela como el verdadero cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del mundo. De este modo Jesús incluye una novedad radical dentro de la antigua cena pascual judía. El antiguo rito ya se ha cumplido y ha sido superado definitivamente por el don de amor del Hijo de Dios encarnado.
  3. «Haced esto en memoria mía» ( Lc 22,19). Con este mandato pide a los discípulos de todos los tiempos actualizar su sacrificio redentor sacramentalmente y corresponder a su don inmenso. El memorial de su muerte y resurrección no significa una simple repetición de la última Cena. La Eucaristía nos introduce en el acto oblativo de Jesús, nos implica en la dinámica de su entrega, nos arrastra hacia Él, nos renueva en el más íntimo del ser, transforma nuestra vida.
  4. Por las palabras de la consagración, la presencia del Señor se hace viva y real. Bajo la apariencia del pan y el vino, su sustancia, su realidad es absolutamente nueva y diferente: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo»…. «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza». Misterio de fe que sobrepasa nuestros sentidos y nuestro entendimiento. Y el Señor manda a los Apóstoles repetir este acto, -«haced esto en memoria mía»-, y los capacita para realizar este Memorial, instituyendo también el Orden sagrado. Misterio de fe, un misterio muy grande. No es extraño que muchos coetáneos nuestros piensen como aquellos que iban siguiendo a Jesús, pero cuando escuchan el sermón del pan de vida dicen: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» (Jn 6, 60). Pedimos al Señor que cada vez que celebremos la Eucaristía aumente nuestra fe.
  5. Jesús dirige al Padre en la última cena una oración que se centra sobre todo en la unidad: «para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí». (Jn 17, 21-23). La unidad, la comunión eclesial, nace del encuentro con Jesucristo. Él establece una nueva relación entre Dios y el ser humano, nos revela que Dios es amor y nos enseña el mandamiento nuevo del amor, la única fuerza capaz de transformar el mundo, porque antes ha transformado el corazón humano.
  6. La comunión eclesial solo es posible si las personas están íntimamente unidas a Cristo. Una unidad profunda e interior y a la vez visible, porque es condición indispensable para que el mundo crea. Esta unidad tiene su raíz en la Eucaristía: «El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10, 16-17). La Iglesia nace con la Eucaristía. Todos nosotros comemos del mismo pan, recibimos el mismo cuerpo del Señor, y si la Eucaristía es el misterio de la comunión de cada uno con el Señor, lo es también de la unión visible entre todos. La imagen del cuerpo expresa la solidaridad entre los miembros, la necesidad de que cada miembro cumpla su misión específica, la cooperación imprescindible dentro de la unidad del conjunto buscando el bien común. La diversidad de los miembros y la variedad de las funciones no van en perjuicio de la unidad, como tampoco la unidad anula o difumina la multiplicidad y la variedad de los miembros y de sus funciones.
  7. La Eucaristía nos lleva a vivir en unidad y caridad. Es la medicina que cura el egoísmo, la soberbia, la rivalidad, la desconfianza. Nos lleva a vivir como la primera comunidad cristiana de Jerusalén, donde los hermanos tenían “un solo corazón y una sola alma” (Act 4, 32), y vivían el gozo de la unidad. Recordamos el salmo 132: «Ved qué dulzura, qué delicia, | convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento. Es rocío del Hermón, que va bajando sobre el monte Sión. Porque allí manda el Señor la bendición: la vida para siempre».
  8. Hoy celebramos el amor de Dios, que nos salva, que se actualiza en la celebración de la Eucaristía. Solo el amor de Dios puede cambiar el corazón humano y la historia. El mundo necesita encontrar a Cristo y creer en él, recibir, vivir y compartir el amor de Dios. La Eucaristía es fuente y culminación de la vida de la Iglesia, y también es la fuente y el impulso para su misión evangelizadora. Hemos contemplado como en la última Cena Jesús confía a sus discípulos este Sacramento, que actualiza su sacrificio redentor. La Eucaristía nos tiene que llevar a la misión, porque la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nuestro tiempo es el tiempo de la fe y el testimonio.
  9. Cada vez que celebramos la Eucaristía se actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús hizo en la cruz por nosotros y por todo el mundo. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión y del amor de Dios por cada ser humano. Es así como nace, desde el misterio de la Eucaristía, el servicio de la caridad hacia el prójimo. Esto solo se puede vivir desde el encuentro íntimo con Dios. Desde este encuentro profundo con Dios, que cambia la vida, que cambia el corazón, podemos mirar los otros con la mirada de Jesucristo (cf. SC 88). En el siglo IV, san Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, advertía a sus fieles: “¿Queréis honrar de verdad el Cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis perecer de frío y desnudez. Porque el mismo que ha dicho ‘Esto es mi Cuerpo’ y con su palabra afirmó nuestra fe, Ése ha dicho también: ‘Me visteis enfermo y no me disteis de comer’”. Este Jueves Santo, mientras celebramos la Cena del Señor y conmemoramos la institución de la Eucaristía, recordemos su significado profundo como fuente de caridad y de encuentro con los necesitados.
  10. Damos gracias al Señor por su amor inmenso, porque ha querido estar presente entre nosotros como alimento de nuestra vida de peregrinos y apóstoles. Gracias por el don de la Eucaristía, por el don del sacerdocio, por su ejemplo de servicio hasta dar la vida por nuestra salvación. María santísima, la mujer eucarística por excelencia, nos ayude a seguir su ejemplo. Que así sea.

 

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VÍDEO | Monseñor Saiz ante el Jueves Santo: comienza el Triduo Pascual

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VÍDEO | Monseñor Saiz ante el Jueves Santo: comienza el Triduo Pascual

El arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz Meneses, ha compartido en sus perfiles de X e Instagram un vídeo en el que reflexiona sobre el sentido de este día, Jueves Santo, comienzo del Triduo Pascual.

En este, recuerda que hoy, en la celebración de la Cena del Señor, “actualizamos aquella Última Cena” en la que Jesús instituyó la Eucaristía, “signo de unidad y vínculo de caridad”.

En el vídeo explica que también hoy recordamos la institución del sacerdocio. Este ministerio, asegura, “está al servicio de los fieles” y pide “por su santificación”.

Finalmente, se refiere al lavatorio de los pies que “simboliza el servicio y el amor de Cristo hacia la humanidad”.

Puede ver el vídeo completo a continuación:

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El lavatorio de los pies en la cárcel, el amor fraterno con los privados de libertad

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En este Jueves Santo, que reluce más que el sol, la Iglesia universal conmemora el día del amor fraterno y la institución de la Eucaristía. Para comenzar la jornada, el Obispo de Jaén, Monseñor Chico Martínez, ha acudido hasta la Prisión Provincial para celebrar con los internos la Cena del Señor.

Un momento de intimidad espiritual con los privados de libertad que para el Prelado jiennense se convierte en uno de los instantes más conmovedores de toda la Semana Santa.

Poco antes de las 9:30 de la mañana llegaba hasta la Cárcel donde lo esperaban la subdirectora, Dª Cristina Martínez García; funcionarios de prisiones; el Delegado de Pastoral Penitenciaria, D. Domingo Pérez, los capellanes, D. José González y Dª Carmen Fernández; dos seminaristas y un grupo de los voluntarios de esta pastoral que durante todo el año acompañan y alientan a los internos en su estancia en la prisión.

En la pequeña capilla del penal aguardaban los internos que, de forma voluntaria, querían participar en esta celebración litúrgica del Jueves Santo.

Las lecturas han estado participadas por los propios internos y el Evangelio proclamado por el Delegado de la Pastoral, D. Domingo Pérez, en su primera Semana Santa en este servicio diocesano. El pasaje evangélico de San Juan relataba la última cena y el lavatorio de los pies.

En la homilía, Don Sebastián se ha dirigido a los internos para recordarle que cada Jueves Santo se conmemora la institución del sacramento de la Eucaristía, que recuerda que Cristo quiso quedarse, para siempre, entre nosotros, en algo tan simple como un trozo de pan y un poco de vino. “La Eucaristía es la presencia real del Señor entre nosotros”, ha afirmado el Obispo. “Hoy, como en esa Última Cena, Jesús nos recuerda que nos ama tanto que se sigue entregando, que sigue muriendo y resucitando por nosotros, sean cuales sean nuestros fallos morales, nuestros pecados y culpas. Su amor es para todos”. Del mismo modo, Monseñor Chico Martínez, recuerda que ese amor infinito de Jesús también se refleja en el momento del lavatorio. “Jesús sirve a sus discípulos. Les lava los pies y con eso nos quiere enseñar que la grandeza está en el servicio y la entrega. Son los gestos, la acciones con el hermano los que nos llevan a un encuentro con Jesús, un encuentro que no nos deja indiferentes, sino que nos transforma”.

Del mismo modo, el Obispo ha confesado a los internos que esta mañana de Jueves Santo para él es uno de los momentos en los que más disfruta de este tiempo de penitencia y vivencia espiritual, “ya que estar aquí, con vosotros, miraros a los ojos y poderos lavar los pies me hace reconocer en cada uno de vosotros el rostro sufriente del Señor”.

Tras la predicación, el Obispo se ha despojado de la casulla y, como hiciera Jesús, se ha ceñido una toalla a la cintura. Se ha producido un momento de gran emoción y piedad, mientras Don Sebastián lavaba y besaba los pies de algunos internos. Al igual que el Prelado derramaba el agua sobre los pies de los internos, caían lágrimas de emoción por los rostros de los internos, al ver el gesto que, con entrañable amor, ha hecho Don Sebastián con cada uno de ellos.

Tanto los internos como los voluntarios de la Pastoral han vivido con recogimiento la Consagración y han unido sus brazos para rezar el Padrenuestro. Durante la paz se han abrazado los unos con los otros como muestra de fraternidad.

Al finalizar la Eucaristía, Don Sebastián ha querido felicitar a los sacerdotes que lo acompañaban en el día de la institución de la Eucaristía. De igual modo, el capellán, D. José González ha pedido a un interno que entregara una carta manuscrita , dirigida al Papa Francisco y en la que se recoge el apoyo y la oración de los presos por la figura del Santo Padre, después de conocer los ataques que se habían vertido contra él. El Obispo ha trasladado a los presos que se las hará llegar al Papa. Don Sebastián se ha despedido de los internos, y les ha deseado una feliz Pascua de Resurrección, anunciándoles que estará en junio con ellos para celebrar el sacramento de la Confirmación. 

Esta tarde, el Prelado jiennense celebrará la Cena del Señor a las 19 horas en la Catedral, como inicio del triduo Pascual en el que la Iglesia universal rememora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor.

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Día del amor fraterno: “Haced vosotros lo mismo”

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Día del amor fraterno: “Haced vosotros lo mismo”

La Semana Santa nos ayuda cada año a comprender el verdadero significado del Amor que Dios nos tiene. Celebrar y traer de nuevo aquellos últimos días de Jesús nos invita a mirar cada año al corazón y preguntarnos si nosotros también queremos formar parte del proyecto de vida que Dios nos mostró a través de su único Hijo. Una vida entregada por completo a la voluntad del Padre, sin restricciones, sin límites, amando hasta el extremo… hasta dar su propia vida por todas y cada una de las personas a las que amaba, incluidas aquellas que lo iban a abandonar o traicionar. Confiando hasta el final.

En estos días vamos a tener de nuevo la oportunidad de contemplar, de muchas maneras, el plan que Dios tenía pensado para hacernos ver, definitivamente, su amor incondicional hacia todos nosotros. Un plan que pasaba por hacerse hombre y caminar junto a nosotros para explicarnos en qué consiste eso del amor, esa fuente de la vida que es capaz de vencer a la propia muerte. El amor que no entendemos y que por ello tantas veces nos cuesta dar. El amor, que aparentemente a todos nos falta y nunca es suficiente. Ese amor, el amor de Dios, es el que todo lo cambia y todo lo renueva.

«Señor ¿lavarme los pies a mí?»

El Triduo Pascual, en el que seguiremos a Jesús hasta la Cruz, y viviremos la gloria de su Resurrección, nos invita a cada uno de nosotros a compartir la mesa con Él, a beber de su cuerpo y su sangre y a celebrar constantemente este gesto de entrega para no olvidar aquello a lo que estamos llamados los cristianos.

Sin embargo, Jesús, durante la cena, se levanta, se despoja de su majestuosidad quitándose el manto, se prepara ciñéndose una toalla y lava los pies a sus discípulos. Jesús se arrodilla, se abaja, no necesita mantenerse por encima de nadie. El Hijo de Dios es capaz de bajar y lavar los pies de las personas a las que ama. De contemplar su dolor, sus sufrimientos, sus pecados, aquello que ensombrece sus corazones… y él se arrodilla, junto a ellos, y los purifica…

Pedro, que aún no entiende el orden en el que Dios comprende el mundo, se rebela, pero la respuesta es clara: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza», contesta Pedro. El gesto que Jesús hace en el lavatorio de pies es clave en toda esta gran Historia de Salvación de Dios con su pueblo. Nadie puede estar en Dios, con Dios, si no está dispuesto a despojarse de sí mismo, a abajarse, a arrodillarse junto a su hermano y lavarle los pies… Y el cuerpo si hiciera falta.

“El amor de Dios derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5)

El Jueves Santo es el Día del Amor Fraterno. Una nueva llamada a dejarnos mirar por Jesús, de rodillas ante nosotros, para lavarnos los pies y acercarnos a compartir la mesa junto a Él. Y una llamada también a hacer nosotros lo mismo. Miremos como mira Jesús, y contemplemos en el hermano que sufre la necesidad de ser también para él, instrumento de ese amor capaz de acompañar, arrodillarse y dar la vida. En quienes viven la soledad no deseada, quienes han tenido que huir de sus hogares buscando una oportunidad de vida, quienes no llegan a final de mes y no sabe qué darles de comer a sus hijos e hijas, quienes no encuentran trabajo y oportunidades de desarrollo, aquellos que sufren la violencia, la guerra, la injusticia… Muchos de ellos pueden ser nuestros propios vecinos, hermanos, familiares… Otros se encuentran lejos pero no por ello su dolor es menor. Necesitan que estemos y les amemos como Jesús amó.

Dios nos ha revelado la verdad, y ha derramado su amor en nuestros corazones. Cada uno de nosotros, amigos de Jesús, seguidores de su Palabra, hijos de Dios, tenemos mucho que ver en esto de servir, de dar la vida por nuestros hermanos, especialmente por aquellos que más necesitan contemplar el amor incondicional que Dios les tiene.

Hagamos nosotros lo mismo.

Ainhoa Ulla

Responsable de comunicación de Cáritas Diocesana

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Comienza el triduo sacro con la Misa de la Cena del Señor

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Comienza el triduo sacro con la Misa de la Cena del Señor

Luis Rueda, delegado diocesano y prefecto de Liturgia de la Catedral de Sevilla, explica en el siguiente vídeo los detalles de una celebración singular, la primera del triduo sacro: los oficios del Jueces Santo. la Misa de la Cena del Señor, con la institución de la Eucaristía y el ministerio sacerdotal.

La Catedral de Sevilla acogerá esta celebración, hoy jueves a las cinco de la tarde, presidida por el arzobispo, monseñor Saiz Meneses.

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Oficios del Jueves Santo, inicio del triduo sacro

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Oficios del Jueves Santo, inicio del triduo sacro

Luis Rueda, delegado diocesano y prefecto de Liturgia de la Catedral de Sevilla, explica los detalles de una celebración singular, la primera del triduo sacro: los oficios del Jueces Santo.

La Catedral de Sevilla acogerá esta celebración, hoy jueves a las cinco de la tarde, presidida por el arzobispo.

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Homilía en la Misa Crismal

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Cada Martes Santo, como es costumbre en nuestra Diócesis, celebramos la Misa Crismal, que adelantada, es para nosotros la Misa Sacerdotal del Jueves Santo, la Misa de la institución del sacramento de la Eucaristía, de nuestro ministerio sacerdotal y en buena parte de la misma Iglesia como comunidad sacramental.

Siempre resulta emocionante esta celebración que nos introduce entrañablemente en la Última Cena, donde contemplamos a Jesús, con la idea inevitable de su muerte inminente. Aquella cena pascual es también para Él cena de despedida, y más profundamente, cena de aceptación y de cumplimiento de la voluntad del Padre.

Es el momento de la revelación máxima del amor de Jesús, manifestado en su muerte prevista y aceptada serenamente, en el amor y en la obediencia, en la fidelidad y en la entrega. En el amor y la entrega de Jesús se manifiesta y se desborda el amor de Dios como realidad absoluta y definitiva.  El amor de Dios, en Cristo y por Cristo, se nos acerca, se constituye fuente de perdón y de vida, de justificación, de fraternidad y de salvación para todos nosotros.

En aquel Cenáculo nació la Iglesia y nació nuestro ministerio como servicio, a la vez hacia Cristo y hacia los hermanos. “Haced esto en memoria mía”: somos memoria viviente de Jesús, instrumentos y cauces de su amor. Hacer “esto” no es sólo repetir materialmente las palabras de Jesús, sino reunir a sus hermanos; buscar a los comensales; hablarles de Jesús; ganarles para la fe y para el amor; invitarles a sentarse a la mesa con el corazón limpio; ayudarles a tomar de la mano del mismo Señor el Pan de vida y el Cáliz de la salvación.

En la Eucaristía está en germen toda nuestra espiritualidad y toda nuestra pastoral. La espiritualidad de la vida sacerdotal consiste en poner nuestra vida entera al servicio de la misión de Jesús, con humildad, autenticidad y diligencia. Nuestra actividad pastoral se resume en preparar los comensales para la mesa del Señor y hacer que el mundo entero viva la nueva Alianza con Dios y lave sus pecados con la sangre, es decir, con la vida y entregada de Cristo.

Por eso, hermanos, nosotros debemos tener un auténtico empeño en vivir la Eucaristía, porque es lo esencial de nuestro día a día.

Debemos pedir: “Dios mío, que yo pueda ser ministro de la Eucaristía, para vivir yo de ella y que los demás vivan de ella”. Fundamentalmente, para eso nos ordenamos, para ser ministros de la Eucaristía. Todo lo demás, la predicación, la visita a los enfermos, la catequesis, las clases, la oración litúrgica…, todo ello no se entiende sin la Eucaristía. No estoy diciendo que todo lo demás sea secundario, sino que hay que entenderlo en función de la Eucaristía.

Queridos hermanos, Dios ha puesto un hermoso tesoro en nuestras manos. Y cuantas veces hemos dicho “un tesoro en un recipiente de barro” (2 Cor 4,7). Por un lado, porque contemplamos la fragilidad de nuestra vida, pero también, por otro, porque somos conscientes de que nosotros y nuestra Iglesia ya no es valorada por un gran sector de nuestra sociedad, e incluso, algunos tratan de arrinconarla y de apartarla de los espacios públicos. El mensaje de Jesucristo “parece” no interesar a muchos. Y, por si fuera poco, nos encontramos con el vendaval de las críticas, en ocasiones fundadas y en otras muchas infundadas, que, de vez en cuando, nos llegan de fuera o hasta de dentro de la Iglesia, y que los medios de comunicación airean con mucha efectividad.

La situación actual de la Iglesia se asemeja a esa barca frágil que navega en medio del mar, golpeada por la tormenta. La Iglesia, en muchos lugares, vuelve a ser una minoría en medio de la masa de población, una pequeña comunidad vulnerable que vive en condiciones de provisionalidad.

Esta situación es una dura prueba, pero contiene también una oportunidad, la de descubrir que estamos llamados a ser levadura en medio de la masa. Esta situación debe llevarnos a entregarnos con más ardor a la misión que el Señor nos ha encomendado. Siendo conscientes, de que ya no se trata, en esta nueva situación, de ir solamente a buscar a la oveja perdida, sino que se trata de dar respuesta al hambre de las noventa y nueve ovejas que están sin pastor y que, si no las atendemos, pueden perderse y adentrarse en las tinieblas del mundo. Reflexión que estamos haciendo junto a nuestros religiosos y laicos en el Plan Pastoral que nos hemos marcado para estos años.

Es verdad que la Iglesia de Cristo se parece más a una humilde casa en medio de un vendaval en el que los fallos y pecados no esconden su pobreza ni debilidad, pero que demuestran que es Dios quien la sostiene. Mi fuerza se manifiesta en la debilidad, dirá el Señor a san Pablo (cf. 2 Cor 12,9a).

La oración que Jesús hizo aquella bendita noche nos lleva a no olvidar que la fuerza de todo evangelizador, de todo pastor, se halla en su comunión profunda con Cristo y con los hermanos. Solo se evangeliza desde la comunión, desde nuestro estar unidos: “que sean uno para que el mundo crea que tú me has enviado” (cfr. Jn 17,21)Unidos al Papa, al obispo, al presbiterio, al pueblo de Dios. Y es desde ahí, especialmente desde la fraternidad sacramental, sintiéndonos una única familia, unidos en el único Pastor, es donde encontraremos las fuerzas para lanzarnos con humidad, pero con valentía y fortaleza a renovar los caminos de la evangelización y revitalizar, por tanto, la fuerza de nuestro ministerio sacerdotal, en nuestra tierra jienense.

Queridos hermanos sacerdotes, las dificultades que encontramos hoy en nuestro ministerio nos están pidiendo a gritos que nos centremos cada vez más claramente en lo que es esencial y lo hagamos con toda la autenticidad de que seamos capaces: tener la Eucaristía como el centro de nuestra vida, unidos íntimamente a Cristo, viviendo la fraternidad como el bastón que da firmeza a nuestro andar.

Y todo ello para anunciar a todos y a cada uno, de manera sincera y convincente, que Dios nos ama como un padre verdadero, y que este amor es la fuente inagotable y la norma universal de nuestra vida.

Este es el anuncio capaz de purificar y consolidar el amor de las familias haciéndolas felices en la fidelidad y en la fecundidad. Este es el anuncio que nuestros jóvenes necesitan escuchar y recibir para descubrir su propia dignidad y no ser esclavos de este mundo. Este es el único anuncio capaz de cimentar sólidamente una convivencia pacífica en nuestro pueblo, en nuestro país, por encima de todas las diferencias, en la verdad y la libertad, en el respeto mutuo y en el amor sincero. Anuncio desde el que han de nacer todos los demás bienes de orden material, cultural o social que la sociedad tiene derecho a esperar de la Iglesia a la que nosotros queremos servir.

En el acierto de este anuncio y en la sinceridad con que lo desarrollemos está el secreto de la eficacia de nuestro ministerio. Por tanto, os pido que, con nuestra verdadera entrega a la voluntad de Dios, viviendo auténticamente nuestro sacerdocio, ayudemos a la gente a creer de verdad en el amor paternal de Dios y a vivir en consecuencia. Sólo así conseguiremos renovar nuestra Iglesia y transformar en profundidad nuestra sociedad. Y, de este anuncio vital, recibiremos también el mejor consuelo y la más firme alegría en nuestro ministerio.

Recordad siempre que esta misión de presidencia y de servicio la tenemos que desempeñar en el nombre del Señor, sin personalismos, sin conflictos ni divisiones, sin desalientos ni cansancios, manteniendo, como Él, la confianza en el corazón humano, que es obra de Dios, y en la permanente actualidad del Sacerdocio único y universal del Señor, al cual hemos sido incorporados.

Por ello, nuestro principal empeño tiene que centrarse en representar lo más exactamente posible la presencia de Cristo, su estilo de vida, su profunda unión espiritual y amorosa con Dios, su servicio generoso y cercano a todos los necesitados, la fuerza iluminadora y vivificante de su palabra, la sinceridad y apertura de su compasión y su misericordia hacia todos los que se nos han confiado. ¡Vivamos en intimidad con Él, compartiendo su mismo proyecto y su mismo pensar y sentir! Fomentándolo en la oración y en la escucha cotidiana de su Palabra.

En esta ocasión solemne quiero agradeceros, en nombre del Señor y de todo el pueblo de Dios, vuestra fidelidad, vuestro trabajo de cada día, vuestra buena voluntad tantas veces manifestada. Pido para que el Señor os conceda fortaleza en la debilidad, contad con mi oración. Yo os pido la vuestra.

Dediquemos un recuerdo a nuestros hermanos recientemente fallecidos, a los ancianos y enfermos que no han podido venir hoy aquí a pesar de sus deseos, a los que padecen cualquier tribulación.

A pesar de la dificultad y de las grandes exigencias de esta tarea, hoy queremos renovar ante el pueblo de Dios nuestros compromisos y deseos de ser los fieles servidores del Señor y de su pueblo en esta vocación que hemos recibido para el bien de nuestros hermanos.

Delante de vosotros, hermanos queridos (diáconos, religiosos, seminaristas y laicos), manifestamos nuestra voluntad sincera de fidelidad y de servicio. Queremos ser fieles a nuestro ministerio, queremos vivir intensamente unidos a Jesucristo para ser los fieles anunciadores y dispensadores de los bienes de la salvación.

¡Rogad por nosotros, ayudadnos con vuestra oración, con vuestra comprensión y afecto! No somos más que nadie. Somos débiles y pecadores como cualquiera de vosotros. Pero, con la gran responsabilidad de ser testigos fehacientes de santidad.

Os pedimos perdón por nuestras deficiencias, por nuestras rutinas y desalientos, por nuestros personalismos y divisiones, por nuestras infidelidades de todas clases.

Unidos todos en torno a la figura de nuestro Salvador, sostenidos y animados por la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre nuestra, pedimos al Señor que se haga presente poderosamente en nuestras vidas, que nos llene a todos de los bienes del Espíritu y nos haga verdaderos Apóstoles, auténticos servidores de su Evangelio.

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

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